El asesinato del embajador ruso en Ankara

21 de Diciembre 2016 Noticias

El asesinato del Embajador ruso en Ankara implica una nueva etapa de la difícil dinámica política de Medio Oriente, pero está lejos de representar una novedad en el equilibrio político de la zona. Ya desde el siglo XIX, cuando la Rusia Zarista buscaba incrementar su influencia en la región ante un Imperio Turco Otomano en decadencia, la relación entre ambos estados ha sido siempre especialmente tensa. El colapso del Imperio Turco y su reemplazo por una exótica combinación de República musulmana laica (una contradicción en sus mismos términos) solo pudo ser contenida en el marco de la conversión del Imperio ruso en la URSS y la congelación de la relación binacional en el marco del choque bipolar entre la OTAN y el bloque soviético. Terminada la Guerra Fría, colapsada nuevamente la URSS y reemplazada por la agresiva Rusia de Vladimir Putin, Turquía también vive una nueva conversión, esta vez a una versión más militante de su condición republicana, siendo liderada por un partido nuevamente contradictorio, esta vez bajo la denominación de “Islamista Moderado” bajo la dirección de Tayip Erdogan

No se necesita insistir en lo confuso de este escenario, y la complejidad de los intereses contrapuestos. Ambos regímenes no cuentan con bases políticas estables. El régimen turco tiene la oposición explicita de parte relevante de la Elite y de las Fuerzas Armadas que resienten la islamización del estado, y Vladimir Putin ha abierto una serie de conflictos relativos a sus intereses en Ucrania que lo han llevado a ser objeto de fuertes sanciones económicas que han afectado gravemente su económia

En una escena así, ambos países han reactivado su interés en el Conflicto Sirio. Rusia ha apoyado sin ocultarlo al régimen del Presidente Bashir al Assad proveyéndole apoyo militar directo, así como material de combate para permitirle prevalecer sobre sus adversarios del ISIS y la multitud de otros grupos rebeldes. Turquía ha intervenido en su frontera común, atacando a sus propios adversarios, los rebeldes kurdos, que han sido apoyados por Occidente (especialmente Alemania) y parecen convertirse en la más aceptable para este de las asociaciones opuestas a Damasco.

En una escena así, la alianza o cooperación entre Turquía y Rusia es algo que los opositores a Assad buscan impedir a toda costa, y parecía difícil que se produjera después de las violaciones de espacio aéreo turco que la fuerza aérea rusa se empeñó en generar el año pasado, que concluyeron con el derribo de un bombardero ruso Sukhoi 24 por un F16 turco. Pero la Geopolítica es más fuerte; el interés superior de ambos países ante un Medio Oriente que se desquicia había avanzado en limar las asperezas de forma relevante, y eso debía de ser impedido por la miríada de asociaciones rebeldes de la región. El catalizador final parece haber sido la victoria de Assad con apoyo ruso en la ciudad de Aleppo, donde la destrucción del simbólico enclave rebelde parece haberse completado.

La reacción, predeciblemente, no fue militarmente convencional. La clave de los movimientos rebeldes es la acción asimétrica. No poseen capacidades convencionales con las cuales desafiar a Rusia o Turquía, pero si poseen una extensa red de capacidades terroristas o de acciones especiales. Y en este caso el mensaje fue explícito a ambos países. Un policía turco destinado a la propia escolta del Embajador ruso fue encargado, en su condición de “agente dormido”, de asesinar a su protegido. Los videos y fotos captados son impresionantes, y muestran a un asesino que, si bien grita una proclama en recuerdo de Alepo y exclama el ya estremecedor Allahu Akbar, no altera el que cualesquiera sea el grupo que lo activo, tuvo la capacidad de perforar la seguridad turca hasta conseguir colocar un agente en medio de la escolta del que sea probablemente el representante diplomático más delicado y relevante para Ankara. El bochorno turco es mayúsculo, pero además demuestra como el conflicto interno entre las FFAA y Erdogan, que ha llevado a una extensa purga de las FFAA ha debilitado a los órganos de seguridad turcos hasta niveles insospechados.

Pese al asesinato, es difícil que se produzca una separación marcada entre Rusia y Turquía .Pese a su histórica rivalidad, ambos necesitan un grado razonable de cooperación y no pueden separarse demasiado. Son los actores más coherentes en el sector y si bien sus objetivos políticos no son totalmente coincidentes, un conflicto entre ambos solo puede agravar aún más la situación. El único mensaje claro de esta situación es que los adversarios de Moscú, Ankara y Damasco no han sido derrotados. Pese a perder Alepo y cualquier otro territorio en disputa dentro del desgarrador conflicto sirio, poseen las estructuras para convertir su lucha en una serie de ataques sobre sus adversarios que pueden recurrir a cualquier medio asimétrico que les aparezca como oportuno. No están derrotados, no se sienten derrotados y pretenden que todo el mundo lo sepa.

Y, en ese sentido, lo más trágico de este ataque, es que el fin del conflicto sirio está aún muy lejos, pues los bandos en pugna no están dispuestos a superar lo que Schmitt en su momento denomino un “conflicto absoluto”; una dinámica en la que simplemente, no están dispuestos a tolerar siquiera la subsistencia del otro en el plano político, y en algunos casos, hasta físico.

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