Un millonario acostumbrado a hacer las cosas a su antojo y el heredero de una dinastía totalitaria, estrechando sus manos y hablando de paz y estabilidad; con un excéntrico exastro de la NBA como testigo de su relación... llorando a mares. Lo de Donald Trump, Kim Jong-un y Dermis Rodman parece escrito por Woody Allen.
Hace un año era impensable. En junio de 2017, un grupo de alumnos de la Universidad Adolfo Ibáñez, comprobó mediante periodismo de datos que en un año de campaña y cinco meses de gobierno, la figura de Donald Trump había quintuplicado los discursos agresivos de ida y vuelta entre Estados Unidos y Corea del Norte.
"No podemos permitir que un loco con armas nucleares haga lo que quiera de esa forma", decía Trump en abril de 2017. "Los adversarios pueden llegar a ser amigos", dijo esta semana en Singapur. ¿Qué ocurrió en el camino? Realpolitik. Ese viejo concepto que no pierde vigencia: en política, la realidad manda.
Donald Trump se dio cuenta de su realidad a mediados del año pasado, cuando sufrió renuncias y pérdida de apoyo de importantes personeros republicanos en la Casa Blanca y en el poder legislativo. ¿Cómo sacar adelante su agenda de asuntos internos? Ganando reputación en asuntos externos. El primer paso lo dio en mayo de 2017, cuando anunció estar dispuesto a conversar a cambio de que Norcorea detuviese sus ensayos nucleares.
Kim recogió el guante cuando la triste verdad le dio un portazo: su régimen ya no tiene cómo enfrentar el bloqueo económico de Estados Unidos y la Organización de Naciones Unidas que, con el apoyo de China en 2016, le quitaron hasta el carbón.
En el cálculo chico, ambos ganaron. Trump hizo lo que ningún presidente de Estados Unidos antes y Kim se mostró como un líder civilizado, capaz de dialogar. En el cálculo importante, el de la estabilidad de la península coreana, el Presidente de Estados Unidos tiene el mayor desafió: convencer a China de que no se está entrometiendo demasiado en sus esferas de influencia; y al Congreso estadounidense, de que la relación amistosa que está instalando no relativiza las "exigencias morales" de Washington, cosa que no ha conseguido.
Si tiene éxito tendremos que reconocer algo mayor en el estilo de Trump. Es difícil que ocurra, pero también resultaba impensado que ganara la presidencia con tres millones de votos menos. Con Donald nunca se sabe.
Publicado en Diario
Austral de Osorno y La Estrella de Chiloé.