SEÑOR DIRECTOR:
Las víctimas de abuso sexual son en muchos casos doblemente víctimas: una por la violencia sexual y otra por el descrédito de sus testimonios. Este grado de credibilidad disminuido por prejuicios identitarios se conoce como injusticia epistémica testimonial. Hay prejuicios epistémicos contra las niñas y niños apelando a su presunta inmadurez o a la infancia como un estadio que se presta a la fabulación. A esto se suma que muchas veces las niñas y niños no perciban en un principio las connotaciones sexuales del abuso y pueda llevarles varios años comprender su experiencia y articularla en una confesión. Esto último conlleva el riesgo de excusar a los pedófilos y desestimar el abuso sexual infantil.
El descrédito aparece también en el ámbito familiar, cuando la víctima por fin tiene la fortaleza para denunciar. En el caso de Eduardo Macaya, poco se ha hablado de la fortaleza de la menor y del papel de sus propios padres, quienes le creyeron y respaldaron, pues suele ocurrir con frecuencia que las familias se encuentran en la disyuntiva entre el daño que generan a un hijo por no validar su realidad o pagar el costo del descrédito social.
Conocemos casos como los de Larry Nassar o el de Marcial Maciel, quienes cuentan con entre tres y cinco décadas de impunidad a pesar de varias acusaciones, pues a la injusticia testimonial se le suma la complicidad institucional. Así, las declaraciones del senador Macaya constituyen esa otra violencia, aquella que se suma a la violencia sexual.
Publicada en La Tercera.