Diego Portales y el terrorismo

11 de Junio 2017 Columnas

Esta semana se cumplieron 170 años del asesinato de Diego Portales y, a propósito de este hecho, volvió a aparecer una obra relacionada con este personaje, titulada “La memoria portaliana” a cargo del abogado Gonzalo Arenas.

¿Cómo se explica que después de tanto tiempo, un hombre cuyo grado más alto fue el de Ministro y que rechazó el cargo de la presidencia sigue estando tan presente en la memoria de los chilenos?

Las razones no tendrían tanto que ver con su obra, sino con lo que simboliza. De hecho, los únicos testimonios escritos que nos quedan de Portales son un porcentaje ínfimo de todas las misivas que escribió. El epistolario publicado por la Universidad Diego Portales reúne sólo 615 cartas escritas entre 1821 y 1837, un número ínfimo si seguimos el cálculo de Rolando Mellafe que estimó que el Ministro escribía, por lo menos, seis cartas diarias. Portales remitía epístolas como uno hoy día manda emails.

El resto de los vestigios que existen sobre Diego Portales están vinculados a sus acciones y decisiones políticas, marcadas por el pragmatismo y la necesidad de transformar a Chile en un Estado moderno.

Ahí está la razón última que despierta tantas pasiones y odios desde sus contemporáneos hasta autores del siglo XXI. Y es que las políticas implementadas por Portales nos obligan a tomar una posición respecto a cómo debería ser ese estado moderno y cómo debe actuar para lograrlo.

Por una parte están los portalianos, aquellos que están dispuestos a sacrificar una serie de libertades personales en beneficio de la seguridad y progreso económico de los individuos. Dentro de este grupo se encuentran aquellos que desprecian la democracia no en términos teóricos, sino en términos prácticos, porque consideran que la población no está lo suficientemente educada para ejercer su derecho a opinar. En una de sus más famosas cartas a su socio José Manuel Cea, señala sobre este sistema en 1822: “La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República”.

Diego Portales aparece a ojos de sus defensores, como Lucio Quincio Cincinaro, general romano, símbolo de rectitud y honradez, que dejó su labor en el campo para defender a Roma de los bárbaros. Después de haber conseguido la victoria, rechazó los honores y regresó a sus tierras para seguir a cargo de su arado.

Por otra parte, están los opositores al Ministro, los liberales, aquellos que se oponen al Gobierno fuerte y centralizado que proponía Portales y que no creen en un mercado que favorezca sólo la acción individual.

La libertad aquí aparece como un derecho irrenunciable. Desde Benjamín Vicuña Mackenna hasta Gabriel Salazar, biógrafos e historiadores criticaron su brutalidad, egoísmo y escaso respeto por la Carta Magna, como quedó inmortalizado en otra carta a su amigo Antonio Garfías: “A esa señora que llaman la Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas”.

Las cárceles móviles, verdaderas jaulas rodantes donde se detenía a los delincuentes. Su intención de condenar a muerte al héroe Ramón Freire, luego de una revolución y su doble discurso contra las chinganas, son algunos de los puntos que todavía generan rechazo en sus opositores.

Si para los conservadores Portales es el Cincinato chilensis, para los liberales, Diego Portales es el siniestro protagonista de House of Cards, un Frank Underwood del siglo XIX.

El tema de Portales se nos aparece no tanto por la conmemoración del horrendo crimen que acabó con su vida en los Altos del Barón, sino por lo que está sucediendo en Europa. Después de medio siglo luchando por la integración y la apertura de las fronteras, todas las libertades concedidas se ven amenazadas a raíz de los atentados terroristas. Los grupos fundamentalistas no buscan tanto eliminar un número determinado de personas, sino quebrar el sistema a través del miedo.

La pregunta que deben hacerse los europeos es la misma que nos hacemos cuando revisamos la obra de Diego Portales: qué vale más, la libertad o la seguridad o, dicho de otra forma, cuánto estoy dispuesto a sacrificar de mi libertad en favor de mi seguridad.

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