Democracia violenta

3 de Febrero 2020 Columnas

Nada más alejado de lo que sucede hoy en nuestro país, sobre todo a partir del recrudecimiento de la violencia en nuestras calles durante esta semana que termina. Tras el atropellamiento por parte de carabineros y posterior muerte del hincha de Colo Colo, Jorge Mora, las barricadas y saqueos volvieron a las portadas de los diarios y se convirtieron nuevamente en titular en los matinales.

No fue el único caso, porque precisamente en medio de este renacer violentista, también perdió la vida el manifestante Sergio Bustos, atropellado por un encapuchado, que minutos antes había robado un bus del Transantiago.

Aquí en la región, la tranquilidad también fue esquiva. Las barricadas y saqueos volvieron a tomarse las calles de Valparaíso, Viña del Mar y Quilpué, dando muestras de que las palabras de Weber parecen no tener cabida en este Chile que cambió y que decidió –al menos en parte- que la única forma de conseguir cambios sociales profundos es a través de la fuerza.

La violencia que se ha generado a partir del 18 de octubre pasado ha sido materia de análisis desde ese mismo día, con un tira y afloja constante entre quienes defienden este tipo de hechos y los que aseguran que estas prácticas deben ser rechazadas de plano.

El problema se ha ido profundizando con el correr de los meses. Fundamentalmente porque se ha convertido en una lucha permanente entre el gobierno, la oposición y los manifestantes: mientras el Estado ha ejercido la violencia con resultados desastrosos y atropellando consistentemente los derechos humanos, parte de la sociedad también ha decidido hacer uso de ella, como forma de conseguir cambios sociales y políticos que, de otra manera, no ven posible alcanzar.

Atrás quedó, claramente, el consenso alcanzado dolorosamente hace más de 30 años, cuando en Chile se entendió que la violencia no era la forma de resolver los conflictos y que, por el contrario, era necesario asumir un nuevo pacto social, en el que la política de los acuerdos era el método para generar cambios sin que Chile volviera a los traumas del pasado. Hoy, ese concepto está pasado de moda.

La discusión pública al respecto parece tener para rato. Mientras algunos, como Hugo Gutiérrez festejan en redes sociales los ataques hacia carabineros y otros, como Alejandro Navarro, deciden participar de un homenaje en pleno Congreso Nacional a un grupo de encapuchados, las redes sociales hierven de peticiones para “matar comunistas” y distintas organizaciones dan cuenta de dramáticos atropellos a los derechos humanos. Lo paradójico: todo este se da en una democracia que se cree –o se creía- robusta.

Desde la ciudadanía, en todo caso, las cosas parecen estar bastante más claras que en el mundo político. De acuerdo a la CEP de diciembre, un 80% de los consultados rechaza categóricamente la participación en barricadas y destrozos como método de protesta y un 90% piensa lo mismo respecto de los saqueos. De la misma manera, en todo caso, se oponen a la violencia por parte de carabineros, a través del uso de la fuerza, de bombas lacrimógenas o de balines y perdigones.

Pero lo cierto es que los enfrentamientos continúan y no parece haber forma –al menos hasta ahora- de que el consenso y el diálogo permitan terminar con el estado violento de las cosas. Así, el balance que publicó la prensa respecto de esta semana –solo hasta el jueves- ya hablaba de una persona fallecida, una con muerte cerebral, 46 carabineros lesionados, seis saqueos, 96 desórdenes, tres gobernaciones dañadas y 124 detenidos. Todo lo anterior, mientras la Fiscalía alerta sobre más de cinco mil denuncias por violaciones a los DD.HH.

En esta semana, que algunos quisieran olvidar, lo que ha quedado claro es que las razones por las que Chile se levantó hace ya más de tres meses siguen vigentes, nada ha cambiado –pese a los intentos por parte del gobierno y la clase política- y que parte de la ciudadanía sigue molesta. Lo crítico es que el Estado parece, en la práctica, haber perdido el monopolio del uso de la fuerza y no se ve en el horizonte la solución que permita volver a los acuerdos y dejar las molotov y lacrimógenas de lado, cuidando, de paso, nuestra adolorida democracia.

Publicado en El Mercurio Valparaíso.

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