Democracia v/s Autocracia: ventajas de Ucrania en la guerra contra Rusia

19 de Octubre 2022 Columnas

Dos mil quinientos años antes de que Vladimir Putin ordenara a sus columnas blindadas avanzar sobre la capital ucraniana, Kiev, el Imperio Persa, entonces el reino más grande de la tierra, invadió a un pequeño vecino: una alianza de ciudades griegas liderada por Atenas. Persia perdió. La máquina militar más formidable del mundo fue detenida en la batalla naval de Salamina. El gran rey Jerjes ordenó la retirada.

La invasión rusa contra Ucrania en febrero de este año vuelve a poner sobre la mesa la misma pregunta: ¿si, con toda la lentitud o dificultades que puede tener la democracia, acaso el sistema político democrático no ofrece ciertas ventajas, incluso en el ámbito militar, sobre la autocracia? El caso de Atenas nos muestra que una pequeña ciudad-Estado democrática puede liderar la derrota de un gran reino. Lo pequeño triunfó sobre lo grande: un número limitado de barcos a remo griegos venció a la poderosa armada persa. Pero hay más paralelismos. Jerjes, como Putin, era un autócrata. Y Atenas entonces, al igual que Ucrania hoy, acababa de convertirse en una democracia: 28 años antes de Salamina, la ciudad se había librado de la tiranía. Ucrania, por su parte, se había sacudido la dictadura soviética 31 años antes de la invasión de Putin. Tanto para los soldados de Kiev como para los marineros de Salamina, la democratización fue una experiencia fundamental.

Las derrotas de Salamina y de Kiev hacen tambalear una de las tesis políticas más peligrosas del presente: la afirmación de la nueva derecha –y no solo de la derecha radical, sino también de otras ideologías– de que en un mundo caótico solo tienen posibilidades los Estados de corte autoritario con una ideología nacionalista-iliberal y un líder fuerte. Para que este líder cumpla su misión, según este modelo de pensamiento, la sociedad debe alinearse: El uso de la lengua, la etnia, la preferencia sexual y la religión –o no religión– no toleran la diversidad si un líder quiere hacer del pueblo el instrumento eficaz de una voluntad única. Líderes como Viktor Orbán en Hungría y Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia se adhieren hoy a esta ideología en diversos grados, al igual que Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y Xi Jinping en China. En el caso de la Rusia de Putin, la doctrina del “mundo ruso”, que combina idioma, etnia, historia y valores supuestamente superiores, encarna el punto anterior.

La teoría política conoce la tesis de la “ventaja autocrática”. Su argumento central es que solo un autócrata que gobierna durante muchos años, que tiene la vista puesta en el conjunto y que no se ve constantemente obstaculizado por los intereses individuales, se libra de mirar de reojo las próximas elecciones. Solo él puede planificar a largo plazo, exigir sacrificios, reforzar el ejército durante muchos años. Solo él puede, si es necesario, actuar con la audacia y la crueldad que exige la razón de Estado. En este sentido, el autócrata es supuestamente superior a cualquier político elegido en un ritual democrático. Hasta hace poco, Putin era la encarnación ideal de este modelo. Su culto a la masculinidad, su identificación con los grandes conquistadores de la historia rusa (Pedro el Grande), su violenta determinación le han convertido en una figura global de identificación para las fantasías autoritarias de las últimas décadas. Es cierto que quizá muchos no compartan esta médula autoritaria limítrofe con el fascismo (Timothy Snyder), pero su antinorteamericanismo o antioccidentalismo los lleva a pasar por alto –como por arte de magia­– esta deriva.

Por contraposición a la idea de “ventaja autocrática”, el investigador Matthew Kroenig ha desarrollado la tesis de la “ventaja democrática”. Ésta sería una de las claves para explicar el sorprendente éxito defensivo de Ucrania. Según Kroenig “la democracia es un multiplicador de fuerza que permite a los estados boxear por encima de su peso geopolítico”. En el fracaso de Putin, la “ventaja democrática” se revela principalmente como una “desventaja autocrática”. Al menos cuatro de estas desventajas han puesto a los ejércitos de Putin contra las cuerdas.

En primer lugar, los gobernantes autocráticos no conocen el mundo o lo conocen limitadamente. Están rodeados de hombres que dicen sí y que barren los problemas bajo la alfombra. Los líderes demócratas, en cambio, tienen que enfrentarse a una oposición desafiante y a un público informado. Si quieren algo, hay oposición, y antes de tomar una decisión hay que examinar los argumentos de los oponentes. Putin, en cambio, no tuvo que examinar nada cuando dio la orden de atacar. Así que estaba mal informado. Probablemente nadie le señaló lo débil que es realmente su ejército. Faltaban petróleo, raciones de comida y ropa, y los neumáticos no habían sido revisados. Así que las columnas se atascaron y fueron diezmadas por los ucranianos en las afueras de Kiev. Quizás tampoco sabía que su afirmación de que Ucrania solo esperaba al liberador de Rusia era una quimera.

Publicada en La Tercera.

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