Debate innecesario

5 de Agosto 2019 Columnas

Las alarmas se prendieron esta semana cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Iván Flores, dio a conocer que encargó un estudio de factibilidad para trasladar el funcionamiento del Congreso a la capital. Un debate tan poco relevante, como trillado, que cada cierto tiempo aparece y se desvanece con la misma intensidad.

En esta ocasión, la propuesta del democratacristiano apunta a reducir costos, fundamentalmente debido a que el actual edificio porteño requiere reparaciones que bordearían los seis mil millones de pesos. A su juicio, sería más barato destinar recursos a remodelar el ex Congreso, ubicado en Santiago (aunque habría que construir un ala completa para alojar a la cantidad actual de parlamentarios). Además, afirmó que no tiene sentido que los distintos poderes del Estado funcionen en ciudades diferentes, pues aumenta los gastos, por ejemplo, debido a los traslados de autoridades y viáticos.

Las voces a favor y en contra se multiplicaron rápidamente al conocerse la iniciativa. Algunos, como el presidente del Senado, Jaime Quintana, consideraron que se trataba de una buena idea, mientras otros –sobre todo los parlamentarios de la V Región- tildaron la propuesta de “discusión artificial”, “polémica infértil”, “traslado majadero”, entre otros apelativos.

Lo cierto es que se trata de un tema repetido, que durante los 30 años que lleva funcionando el edificio en Valparaíso, ha salido a la palestra en reiteradas ocasiones. De hecho, hay recortes de prensa de 2016, 2014 e incluso de 2008, cuando en este mismo diario se daba a conocer la propuesta de los entonces diputados Marcelo Díaz (PS) y Enrique Accorsi (PPD), que buscaba que las sesiones pudieran realizarse en la capital.

En ese entonces, se decía que la iniciativa producía “expectación y temor”, fundamentalmente por la pérdida de lugares de trabajo que ascendían a cerca de 600 personas. Hoy se trata de alrededor de dos mil quinientas personas de la región las que trabajan allí.

Once años después, se vuelve a discutir esta idea, que aparece como absolutamente extemporánea y contraria a la lógica.

En primer lugar, porque el hecho de que uno de los poderes del Estado funcione en Valparaíso tiene un tinte regionalista que lo convierte en un hito descentralizador, en un país donde casi todo –y de manera brutal- funciona en la capital. ¿Ha tenido efectos concretos en la descentralización? Probablemente no, pero cuando se habla a diario sobre la toma de decisiones en esta línea, no parece sensato acoger una iniciativa que va en el sentido completamente contrario.

Pero además, se trata de un tema que no guarda relación con las preocupaciones de la ciudadanía. Precisamente esta semana se dio a conocer la quinta encuesta de opinión política de Fundación Piensa. En la consulta, se pregunta a los casi dos mil entrevistados de la región por los asuntos que más los inquietan. Y adivine qué: el cambio del Congreso a Santiago no se encuentra dentro del top 5 de problemas ciudadanos –donde sí aparece la corrupción en la política, en tercer lugar- y ni siquiera está entre los 19 temas mencionados.

Peor aún. En la evaluación de instituciones, el Congreso aparece en penúltimo lugar, justo antes de los partidos políticos, con un 73% de personas que lo considera cercano al concepto de corrupción y apenas un 9% que lo instala cerca de la probidad. ¿No debieran estar puestas aquí la preocupación y la generación de iniciativas?

Este y otros sondeos dan cuenta de un preocupante alejamiento de la ciudadanía respecto de la importancia del Parlamento para el funcionamiento democrático del país, lo que además instala al edificio en sí en la compleja posición de ser un convidado de piedra que nadie quiere tener cerca.

La preocupación ciudadana no está hoy en el lugar de funcionamiento de un inmueble que –de ser desocupado- se transformaría en un tremendo elefante blanco sin mayor utilidad, al menos en una primera mirada. Más bien, los esfuerzos de los parlamentarios debieran concentrarse en lo que sí se ha transformado en un tema preocupante: la desconfianza ciudadana hacia los diputados y senadores, y al trabajo que realizan.

En este sentido, tendría mucho más valor que los parlamentarios se concentraran –en serio y no solo como saludos a la bandera- en la disminución de la dieta, por ejemplo, y en comunicar de mejor manera el trabajo que se realiza dentro del Congreso, de manera que la ciudadanía pueda mejorar la percepción que tienen de aquello y no desviar la mirada a una mudanza innecesaria, extemporánea y con pocos efectos prácticos.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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