De qué hablamos cuando hablamos de dignidad

27 de Noviembre 2019 Columnas

Desde el estallido social del 18 de octubre, la noción de dignidad ha sido recurrente en lienzos, murallas y discursos. La Plaza Italia, incluso, ha sido rebautizada como la Plaza de la Dignidad. Si bien todos tenemos una noción intuitiva de qué significa la dignidad, el concepto es tan amplio que casi cualquier demanda podría ser presentada ante el resto como una demanda por dignidad. Por eso, queremos rescatar aquí dos ideas filosóficas que pueden ayudar a darle contenido específico a esta noción.

La primera idea es del filósofo liberal igualitario John Rawls, que plantea que en una sociedad justa no solo deben distribuirse de manera relativamente igualitaria bienes como las libertades, las oportunidades y la riqueza, sino que también algo que él llama las bases sociales del autorrespeto. En concreto, éstas refieren a las condiciones sociales que permiten a cada ciudadano desarrollar un cierto grado de autoestima o percepción del valor propio. Por ejemplo, una sociedad donde algunos se ven a sí mismos como dignos de especial consideración y trato, mientras otros son socializados desde la infancia acerca de su escasa valía, no le está proveyendo las bases sociales del autorrespeto a los segundos. El clasismo y el racismo, por ejemplo, se sostienen en la creencia de que hay cierto grupo de personas que es inherentemente superior a las de otro grupo.

La segunda idea es de Elizabeth Anderson, quien ha insistido que la igualdad más propia de una sociedad democrática no es la de ingreso sino la igualdad relacional, es decir, la que se produce cuando las personas se relacionan unas con otras en un pie de igualdad. Lo contrario a la igualdad relacional son las jerarquías de estatus dictadas por la raza, la clase, el género u otras semejantes, donde un grupo puede dominar o imponer sus términos sobre otro.

Ambas ideas son muy relevantes para el caso chileno, pues se trata de una sociedad con fuertes resabios estamentales e informalmente estructurada en torno a jerarquías de clase y raza. Ejemplos abundan: la diferencia entre tener un apellido de origen castellano-vasco o anglosajón versus uno de origen mapuche se traduce con frecuencia en oportunidades diferenciales y/o discriminación; la gente percibe que, con frecuencia, es maltratada debido a su clase social, lo que ocurre tanto en lugares de trabajo como en servicios públicos; en Chile, la sociedad y los profesores asumen que los niños de tez más blanca tendrán mejor rendimiento académico, y los alumnos de tez más oscura comparten esa apreciación y reportan una menor confianza en sus propias competencias. Por lo tanto, sugerimos, la demanda por dignidad se puede pensar como una demanda por una sociedad donde cada persona pueda contar con las condiciones sociales que le permitan desarrollar su autorrespeto y se pueda relacionar con otras desde un pie de igualdad, es decir, como iguales ciudadanos.

Por todo lo anterior, es probable que el cambio constitucional –fundamental para dibujar la nueva arquitectura institucional del país- no sea suficiente para revertir nuestro déficit de igualdad relacional y asegurar así las bases sociales del autorrespeto para todos y todas. Para ello, será necesario abordar también dimensiones materiales, simbólicas y de trato que requieren, más allá de los cambios institucionales, de importantes cambios culturales en nuestra sociedad.

Publicado en La Segunda.

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram