De Museo de Lord Cochrane a Museo del Humor: reír para no llorar

31 de Marzo 2019 Columnas

El afamado humorista Coco Legrand sugirió la posibilidad de solicitar al Ministerio de Bienes Nacionales la concesión del Museo de Lord Cochrane, ubicado en el Cerro Cordillera, como sede de un Museo de Humor. La idea, en sí misma, es buena, el humor es parte fundamental de nuestras vidas y merece un espacio destinado a quienes han dedicado su vida a la difícil tarea de hacernos reír.

La pregunta es por qué ahí, existiendo tanto sitio desocupado en el Barrio Puerto. Por lo demás, hay que recorrer el casco histórico de Valparaíso para darse cuenta de que tener un museo del humor en medio dela ciudad sería paradójico cuando cada vez quedan menos razones para reír. No obstante, la iniciativa ha puesto en discusión el destino de uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad y que parece borrado de la memoria. En el inconsciente colectivo, se mantiene la idea de una ciudad portuaria, una localidad que creció como el principal puerto de la República. Cuando pensamos en el Valparaíso decimonónico, imaginamos los buques a vela anclados, rodeados de chalupas y trabajadores portuarios y olvidamos que en los cerros existía una red de fuertes que resguardaban los intereses de la Corona de la codicia de piratas y corsarios.

Sin quererlo, el ataque de sir Francis Drake desnudó las falencias de una caleta desprotegida. El escarnio de los piratas dio vida, a fines del siglo XVI, a los primeros fuertes: en el cerro Artillería, se edificó el castillo de San Antonio. A este fuerte se sumó el Castillo de San José, al que nos referiremos más adelante. Al siglo siguiente, se sumaron el fuerte de La Concepción y el castillo del Barón. La descripción de los hermanos Jorge Juan y Antonio Ulloa, a fines del siglo XVIII, nos permite reconstruir la realidad de uno de los puertos más importantes de la costa del Pacífico:

“La plaza de Valparaíso, aunque solo consistía en un fuerte grande construido sobre una eminencia que domina todo el puerto y principalmente el fondeadero de los navíos, es la única que se hallaba en buen estado y disciplina; mucha parte de su obra es moderna (…) la guarnición, así como la fortaleza son muy suficientes para defender aquel puerto y tener a cubierto a la población”.

Aunque algunos de estos fuertes estaban activos para mediados del siglo XIX, ninguno de ellos pudo frenar el bombardeo de la escuadra hispana. La razón no fue técnica ni militar, sino política. Las autoridades renunciaron a su defensa con la esperanza de revertir la amenaza, eso no ocurrió y la ciudad fue bombardeada ante la impotente mirada de sus habitantes.

Respecto al fuerte de San José, esta imponente obra fue realizada en un plazo de diez años y habilitado recién en 1692. Su nombre era en reconocimiento a su impulsor, José de Garró. El fuerte servía como residencia del gobernador, cuartel, capilla militar y cárcel. Su permanencia se adivina en el contorno del cerro, detrás del edificio Comandancia en Jefe de la Armada de Chile y debió haber sido para la época, una enorme mole de concreto.

Lamentablemente, la naturaleza sísmica de nuestro país logró lo que habrían querido los corsarios, acabar con los fuertes. Fue el destino del Castillo de San José, destruido por el terremoto de 1822. A esta desgracia se sumaba otra circunstancia: la necesidad de ganar terreno al mar rellenando la playa por intermedio de estos escombros.

El fin del castillo dio paso a la construcción de una casa colonial y la instalación del primer observatorio astronómico de Chile, impulsado por el ciudadano escocés Juan Mouat y Walters, relojero, ingeniero e inventor, cuya labor da para otra columna.

La impronta de este personaje hizo que se denominara a este espacio la casa Mouat, empero el nombre que se terminó imponiendo fue el de Museo de Lord Cochrane, pese a que su paso por este castillo no debió haber sido más que algo esporádico.

A medida que pasó el tiempo, lo que debería ser una piedra angular del cerro Cordillera, terminó transformándose en una casa condenada a la administración de la Municipalidad, lo que debía ser un museo del mar, se fue diluyendo hasta ser una casona abandonada. Hoy en día, este lugar debe volver a manos del Ministerio y este debe decidir qué hacer con él. Esperemos que la propuesta Legrand no sea más que una broma, un chiste que, como muchas veces ha ocurrido, nos permita darnos cuenta de que no podemos farrearnos el enorme legado patrimonial que este lugar encierra.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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