En el libro “A history of love and hate in 21 statues” el autor Peter Hughes reflexiona sobre cómo, a través del tiempo, va cambiando la percepción sobre los monumentos públicos. Obras que originalmente eran admiradas y respetadas, pues definían y representaban creencias y valores aceptados, con el paso del tiempo generan rechazo por el cambio en la visión de mundo de las personas.
Los monumentos funcionan, en su dimensión más amplia, como elementos conmemorativos que inmortalizan aquello que nos une en un sentido identitario o aquello que quiere ser mostrado como un ejemplo a seguir para quienes los observan. De ahí que muchas de las obras instaladas en Valparaíso durante el siglo XIX sean dedicadas a personajes que de una u otra forma representan una imagen digna de admirar. Esto no sería problemático si la identidad y nuestra percepción de la historia fueran estáticas, pero evidentemente no lo son. Ambas son cambiantes y se desafían constantemente, lo que hace que obras que en algún momento fueron admiradas y respetadas, ahora causen tensiones que llevan a su rechazo. Solo basta mirar, dentro de todos los casos posibles, a la estatua de Cristóbal Colón que fue vandalizada a tal punto que tuvo que ser removida del espacio público.
El caso de Colón ilustra, más allá del propio acto de vandalizar lo público, lo emocional que puede ser la respuesta del espectador frente a ese cambio de percepción que se mencionaba antes. Este punto no elimina el qué hay detrás de este actuar, cuya justificación se plantea como la respuesta frente a una figura que ya no es percibida como el hombre de civilización y progreso que se comentaba en el siglo XIX cuando se instaló la obra, sino como la cara que representa los horrores de la colonización de América.
¿Qué se puede hacer frente a tal respuesta? Una posibilidad es entender que lo mudable de nuestras percepciones nos ofrece un espacio para reflexionar sobre el porqué cambiamos de parecer frente a estas obras. En ese sentido, si los monumentos ya no cumplen su función ejemplar conmemorativa, el hecho de que causen incomodidad nos permite pensar en por qué ahora nos parecen figuras poco aceptables, y nos ofrece la oportunidad de entender cuáles fueron las intenciones tras sus instalaciones y lo que ellas nos dicen de su contexto.
Hughes plantea que, si logramos tener una visión crítica frente a esto, evitaremos caer en miradas binarias respecto de nuestra realidad y podremos estar más abiertos a entender que nuestro juicio, que a veces parece ser tan absoluto, no es infalible. En ese sentido, la vandalización y retiro de este tipo de obras del espacio público dista mucho de solucionar el problema, solamente lo esconde.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.