De intolerancia, violencia y luto

13 de Octubre 2019 Columnas

Estaba durmiendo. Tenía apenas 9 meses y soñaba acostado al lado de sus padres. Eran las dos de la madrugada en la comuna de La Pintana, y Baltazar Díaz recibió un balazo proveniente de quién sabe dónde y disparado por quién sabe quién.

Tiene 22 años y está embarazada de seis meses. Esta joven anónima estaba en el patio de su casa en Cerro Barón, en Valparaíso, cuando sintió un ruido y vio cómo una bala le atravesó la cara. Llegó al hospital Carlos Van Buren y nunca supo quién ni por qué disparó, aunque tuvo mejor suerte que Baltazar, pues tanto ella como su bebé sobrevivieron.

Polette Vega llegó a su sala de clases y se sentó atrás para pasar inadvertida. Luego de que hace unos meses encapuchados la abordaran para amenazarla por sus ideas políticas, sabía que no debía llamar la atención. Pero al poco tiempo de haber entrado en el aula, sus compañeros de Trabajo Social en la Universidad de Chile se dieron cuenta de que estaba ahí y comenzaron a increparla, a decirle que se fuera. Hasta que sintió que un balde –literal- de agua fría le caía sobre la cabeza y solo atinó a llorar.

Los tres casos son muestras distintas de la violencia –verbal o ideológica- que se ha convertido en un triste habitué en la región y el país. Parte de la poca empatía y de la alteración de los ánimos que cada vez se hacen presentes más seguido en la vida pública, acallando a quienes piensan distinto o amenazando la integridad de quienes intentan  vivir en paz.

Los hechos son distintos. En unos, la violencia tiene que ver con la delincuencia, el narcotráfico, la pobreza y la falta de oportunidades. En el otro, el fenómeno apunta a lo ideológico, al no aceptar al otro como un igual, pero a la vez distinto, y a valorarlo solo en tanto y cuanto piense igual a mí, solo en la medida en que refuerce mis creencias y no disienta.

Pero todos son violencia, pura y dura. La RAE define lo violento como algo que implica el uso de la fuerza, física o moral. Y eso es precisamente lo que está detrás de estos casos conocidos durante la semana que hoy termina.

La filosofía, la sicología y otras áreas de estudio han intentado explicar el porqué los seres humanos recurrimos a este tipo de comportamientos, analizando las causas que nos llevan a ser muchas veces irracionalmente fanáticos e irascibles ante ciertas circunstancias. Pero ciertamente lo que subyace tiene que ver con la intolerancia, el poco o nulo respeto hacia el otro y la capacidad que tenemos de olvidar rápidamente lo aprendido.

Porque en Chile esto ya sucedió. Se trata de un triste deja vu. Ya hubo una época en la que las pasiones se ponían por sobre cualquier otra cosa y todo terminó con un apagón de 17 años. Recuerdo haber leído, en el marco de una investigación sobre los días que precedieron al golpe de Estado, algunas transcripciones de las sesiones de la Cámara de Diputados en 1973. Y allí, se daba cuenta de cómo un parlamentario del Partido Nacional, en medio de una discusión había sacado una pistola y la había instalado sobre la mesa de conversación, como forma de amenaza hacia su contraparte, al más puro estilo lejano oeste. Y qué decir del Congreso de Chillán del Partido Socialista, donde su secretario general, Carlos Altamirano, llamaba a la ciudadanía a levantar las armas para instalar la revolución.

Casos así hoy serían impensables. Pero la violencia continúa marcando la pauta, en la calle, en las redes sociales y también en nuestra clase política, que muchas veces esconde sus “salidas de libreto” en el marco de la inviolabilidad parlamentaria. Así, algunos como el RN René Manuel García no solo se ha reído de medio mundo –incluyendo burlas a la ambientalista Greta Thunberg- sino que incluso hace algunos meses agarró a patadas, literalmente, a un periodista que lo cuestionaba por haberle dicho a una diputada que se “bajaba los pantalones” frente a ella. ¿No es esto último también una muestra de violencia machista instalada en los huesos del parlamentario?

La intolerancia universitaria que sufrió la estudiante de la Casa de Bello es solo una muestra de una escalada de violencia, que esta semana ha llenado páginas de los medios de comunicación y que ha tenido diversas manifestaciones, dolorosas –como la muerte del pequeño Baltazar-, pero además impresentables en una sociedad que se dice democrática.

Con hechos así, se pone en jaque el concepto mismo y más profundo de la libertad, esa que parte de la reflexión, del respeto al otro, de la aceptación de la diversidad y de la diferencia como forma de convivencia social. Una convivencia que, ciertamente, esta semana quedó en tela de juicio.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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