“Hay un afán por dañar al gobierno”, dijo enfática la presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe, refiriéndose a las últimas polémicas en las que se ha visto envuelto el Ejecutivo y evitando cualquier mea culpa por parte del oficialismo.
Efectivamente, esta no fue una semana fácil para la derecha. La calma y aparente madurez con que se había iniciado la gestión de Sebastián Piñera –que había sido reconocida por moros y cristianos-, ha dado paso a sucesivos autogoles, absolutamente innecesarios y gratuitos, que finalmente han comenzado a horadar las primeras evaluaciones positivas.
Sin embargo, lejos de lo que dice la timonel UDI, lo cierto es que pareciera que ese afán por perjudicar al Ejecutivo viene de las fuerzas propias más que de una oposición que todavía respira por la herida de la derrota y la división. En realidad, ha sido precisamente la capacidad del oficialismo de generarse daño a sí mismo lo que le ha permitido a la ex Nueva Mayoría y al Frente Amplio empezar a levantarse de las cenizas y unirse en torno a algo. Aunque sea solo para criticar al gobierno.
Las dudas que se instalan ahora tienen que ver con el porqué Piñera cae en errores previsibles y evitables. Partiendo por el nombramiento de su hermano, Pablo Piñera, en un puesto estratégico y de primera línea, como lo es la embajada de Chile en Argentina. No está clara la razón para que el Presidente cometiera un error tan amateur como ese, sabiendo que se incendiaría la pradera y le generaría un costo político innecesario.
¿Fue solamente soberbia lo que determinó ese nombramiento? Así pareciera ser.
Lo mismo con la “salida de libreto” de Felipe Larraín y su viaje a Harvard financiado por el ministerio de Hacienda. Claramente el propio secretario de Estado podía pagar su pasaje, ¿por qué arriesgarse a esta controversia por una nimiedad de ese calibre?
Pero eso no ha sido lo único. La generación de polémicas ha continuado de la mano del ministro de Salud, Emilio Santelices, que se ha dedicado a alimentar las críticas luego de haber lanzado -a solo horas de asumido el flamante gobierno y según él a espaldas del Presidente Piñera, aunque sea difícil de creer- el protocolo que reglamentaba la aplicación de la ley de aborto en tres causales y permitía la objeción de conciencia institucional, torciendo en los hechos la legislación aprobada en los estertores del gobierno de Bachelet.
Pero ahora, la decisión de la Contraloría echó por tierra el famoso protocolo, pues aclaró que no se ajustaba a derecho y que los establecimientos públicos no pueden invocar la objeción de conciencia. Y fue la propia expresidenta –que parece mucho más atenta a lo que sucede ahora que cuando estaba en La Moneda- la que festejó la decisión del ente, a través de su cuenta de Twitter, advirtiendo que este “defiende el derecho de las mujeres de este país a decidir en situaciones difíciles... ¡Torcer el espíritu de las leyes que la gran mayoría de la ciudadanía apoya es retroceder en lo avanzado!”, dijo la ex mandataria.
Pero Piñera se mantiene firme. Prefiere arriesgarse a que su tozudez le vuelva a pasar la cuenta. Así como alargó lo de su hermano cuasi embajador hasta que no le quedó otra que echar pie atrás (aun cuando eso significó que se cayeran varias otras designaciones, como la del hijo del ministro del Interior y su esposa), ahora parece estar empeñado en respaldar a Santelices pese a todo.
Lo hizo también en su gobierno anterior, con la propia Van Rysselberghe, cuando en su calidad de intendenta de la región del Biobío prometió a pobladores hacerlos pasar por damnificados para acelerar su trámite de acceso a la vivienda. Piñera entonces la apoyó hasta que la acusación constitucional era inminente y solo en ese momento le pidió la renuncia para evitar que fuera destituida.
Ahora repite la historia, defendiendo a Santelices e intentando instalar ante la opinión pública la idea de que el culpable de todo es el Contralor Jorge Bermúdez, a quien tildan de “subjetivo” y de tener intencionalidades políticas detrás de la decisión. Incluso, el RN Gonzalo Fuenzalida dijo que Bermúdez se cree “Dios, Amo, Señor y Presidente de la República”, olvidando que hace algunos meses era su sector político el que recurría a la Contraloría y al TC para que echaran por tierra algunas normativas aprobadas por el Congreso.
Finalmente, todo se reduce a la ausencia de autocrítica (igual que en su gobierno anterior) y a un afán por defender lo indefendible. Aun cuando –como dice Van Rysselberghe- aquello dañe a su propio gobierno.
Publicada en
El Mercurio de Valparaíso.