Crítica a un liberalismo versión Walt-Disney

21 de Marzo 2017 Columnas Noticias

La discusión en nuestro medio sobre el liberalismo, en no pocos defensores y detractores, posee una particularidad: se hace desde la sátira. Análogamente  se puede indicar que alguien como Henry Boys es una versión de “villano” de Walt-Disney tanto de un intelectual como de un conservador, por eso nadie medianamente serio va  criticar al conservadurismo asumiendo al niño-Boys como paradigma de sus supuestos y significado histórico; es una caricatura de poca monta. En el caso el caso del liberalismo, aunque nunca en extremos tan patéticos, tanto en muchos de sus apologetas como de sus críticos, ocurre un fenómeno similar, no pocas veces se  confunde (sin más) con “neo-liberalismo”, se ataca su alcance histórico recurriendo a versiones academicistas del mismo e inclusive, no rara vez, con análisis de los mismos autores que se citan como fuentes, equivocadas, desfiguradas por el desconocimiento  o pobretonas. En algunos casos es muy entendibles (y excusable): Son errores propios de excesiva juventud o simple  falta de experiencia investigativa  y poca madurez en el análisis, propio de individuos que aún se encuentran doctorándose, vale decir, están en plena formación.

Pero ha sido sorpresivo el que ese error provenga de alguien como Hugo Herrera. No solo es un meritorio intelectual público sino que además un reconocido académico, sin lugar  a duda. El problema no es criticar el liberalismo (como lo ha demostrado el republicanismo) sino los argumentos que se entregan.

Herrera en una columna reciente (La Segunda, La Aporía del Liberalismo, 14-03-17) indica que “el liberalismo estricto, en cambio, con su énfasis en la libertad individual, si ha de ser consistente con él, debe, en definitiva, renunciar a esa dimensión humana colectiva y su plenitud específica”. Rematará indicando que la “intensidad política” sería incompatible con un verdadero liberalismo (el aumento de uno implicaría  la disminución del otro). Por eso, a juicio de Herrera,  una política liberal consecuente debería ser “algo así como la limitación de lo político”.  Eso explicaría la incapacidad liberal de organizarse políticamente.

Lo primero, es que asaltan, a simple vista,  dudas  sobre la aseveración histórica como un absoluto “los liberales son incapaces de organizarse políticamente”: Si no se  distinguen períodos históricos (Gran Bretaña siglo XIX, la Francia de Giscard, etc) y distintas realidades (Canadá, Australia, Japón, Dinamarca, Holanda, Bélgica, todos ejemplos de los contrario)  sin matices, es  una aseveración temeraria. Sobre el razonamiento, pasa algo similar, por ejemplo: ¿De dónde deduce Herrera que lo “estructuralmente común” implica la imposibilidad de la “individualidad” (o viceversa)? De ser así, significaría que en lo “estructuralmente común” no existe autonomía de quienes participan. Es la autonomía (no el “el fragor de las inclinaciones”)  la base de la individualidad;  por tanto, de estar en lo correcto Herrera, en lo “estructuralmente común” no podría existir deliberación, esta última, supone individuos autónomos que se reconocen como iguales. Suponer la posibilidad de deliberación sin individualidad (autonomía) es sostener una extravagancia lógica del tipo “toda deliberación es posible, si y sólo si, los agentes no son autónomos”.

Sigamos. Hay aseveraciones que no es posible determinar su derivación. Unos botones de muestra: Cuál sería la exigencia lógica para que  solo en lo “estructuralmente común” sean posibles  vivencias como “solidaridad en momentos de catástrofe” o “emoción en momentos cruciales de nuestro destino” (sic): ¿Acaso la simpatía por la tragedia de otros o la alegría por el éxito ajeno, no son experiencias personales e individuales? Se puede suponer que el  argumento de Herrera, para hacerse sostenible,  asume que la idea de “individualidad del liberalismo” excluye toda experiencia común con y de los otros. Esto último es falso teórica e históricamente. Por eso, inclusive,  se equivoca sobre la aporía del liberalismo, la cual es: no ha sido un movimiento de masas pero es hegemónico.

El origen del error es doble: reducir la idea liberal de individualidad a una suerte de “individuos hobbesianos en estado de naturaleza”. Si fuera así, autores como Judith Shklar, George Kateb o el mismo J.S. Mill, no serían liberales, entonces: ¿Qué serían? Si hasta un liberal hobbesiano como Richard Flathman no acepta como válidas las consecuencias que Herrera obtiene de una antropología de ese tipo. Luego, y muy relevante, desatender la naturaleza ideológica (que no necesariamente corresponde a  la del academicismo) del liberalismo. En su beneficio, se puede señalar que es una confusión  no extraña, que afecta también a defensores del liberalismo: Creer que leyendo a alguien como Rawls se podría tener un debido acercamiento a la forma que tomó el liberalismo histórico en movimientos, partidos y prensa de batalla. Eso lleva a desconocer en el análisis la acción política del liberalismo.

Efectivamente, la versión rawlsiana de liberalismo puede ser acusada de utopismo (Skinner) o de defender una normatividad abstracta desanclada de la praxis política (Freeden), por eso mismo, no es de extrañar que no sea la base de programa político alguno y  su éxito se concentre en conferencias, publicaciones académicas y tesis de grados. Es parte de la industria de las universidades de la Ivy League y de las que buscan similar aceptación.

Ese análisis sin consideración del liberalismo y su acción histórica lleva a la equivocada conclusión que es ‘apolítico’. Si la naturaleza de lo político es como indica Maquiavelo, el conflicto, en ese caso, el liberalismo ha sido fuertemente político por ser agonal. En principio, lo que la historia no has mostrado, son ‘liberalismOS’ que han pugnado en distintas etapas entre sí y contra otros. Desde el liberalismo clásico con fuerte énfasis en las libertades y derechos individuales como fuentes emancipadoras contra sociedades organicistas y jerárquicas, posteriormente el  social-liberalismo (por ejemplo el New liberalism británico de fines del siglo XIX) donde alguien como Hobhouse defenderá que  todo liberal se relaciona con otros entendiéndolos como compañeros, de donde  se seguiría que la injusticia social, incluida la pobreza, no son problemas del “mercado” sino tareas de la política; por eso el estado no debería desentenderse de ellos. Es muy clarificador al respecto su panfleto “Liberalism” (Hobhouse, 1911). ¿No es la crítica al imperialismo de autores como Hobson informada por este tipo de liberalismo? ¿Son Hobhouse y Hobson defensores de la apoliticidad o de un individualismo que ‘niega al otro’? De igual forma, la historia de un medio de comunicación liberal norteamericano, central en la historia del liberalismo de ese país, como The Nation, justamente, es una muestra de negación de la indiferencia  “por los otros” que indica Herrera como característico del liberalismo. Por el contrario, una marca registrada de él ha sido  la lucha de los derechos civiles, la igualdad de género y la defensa de minorías sexuales y étnicas. Por cierto, si se considera al ‘neoliberalismo’ como una forma de ‘liberalismo’ y no de conservadurismo-reaccionario, en ese caso, pertenecería  a una familia distinta a las anteriores (con las cuales se relacionaría como ‘un enemigo’) donde el resguardo y expansión de la lógica del mercado sería lo central.

La idea de que el ‘I am free’ de los liberales es un grito en favor de individuos atomizados y hedonistas, no resiste la prueba de la historia de los activistas, prensa, movimientos y partidos, que han defendido justamente ese ‘I am free’ como el levantamiento para visibilizar   intereses de otros, para transformarlos en igual derecho para todos.

Schmitt, con la brillantez que lo caracterizaba, presentó una imagen del liberalismo como una fuerza apolítica. Lo anterior, no por no ver lo evidentemente ‘político y agonal’ de los movimientos liberales históricos, sino para defender una idea de comunidad identitaria, donde la vida política plena era inseparable del rol activo de sus miembros, para así lograr su propia comprensión como ‘amigos’ respecto de otros que serían sus ‘enemigos’. Sí, esa forma de entender lo ‘político’ no es liberal (tampoco republicana), es la negación de todo cosmopolitismo posible y debe ser combatida por quienes defienden alguna suerte de liberalismo entroncado con un individualismo democrático.

Eso mismo, ser un defensor de la libertad de otros y sus derechos, es lo que ha transformado al liberalismo en una fuerza hegemónica, a un nivel tal, que ‘valores democráticos’, ‘mundo moderno’ y ‘estado de derecho’ son inseparables de su propio desarrollo. Si hasta los conservadores han tenido que mimetizarse con sus valores, a veces arrodillándose con serena humildad, para  tener aceptabilidad.

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