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Control de identidad

Muy pocos se preocupan de atacar el fondo del problema, invertir en la educación de los sectores más vulnerables y elaborar, por otra parte, políticas que busquen la reinserción de los jóvenes que cometen delitos.
Gonzalo Serrano

Gonzalo Serrano

Doctor en Historia
  • Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
  • Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
  • Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
  • Periodista  y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
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Desde sus inicios, señala la historiadora Vania Cárdenas, en el quehacer policial se asignó especial importancia a las funciones de identificación, que fueron implementadas por la Policía de Seguridad a fines del siglo XIX.

No obstante, las posibilidades estaban sujetas a los medios técnicos con que contaba la policía. Y estos, en los albores de la época republicana, eran bastante limitados. Por citar un caso, de estos primeros años, Andrea Espinoza solicitaba a las autoridades que buscaran a su hijo de once años de edad que se había fugado. Las “señas particulares” que aportaba la madre para que la policía diera con su hijo Carlos Francisco French, eran las siguientes: “Estatura de tres pies y pulgadas (Casi un metro); ojos negros hermosos, pelo castaño, nariz afilada, color trigueño, cara larga”. El pequeño French se había fugado de la escuela junto a Ponciano Angulo, también de once años, a quien su padre describía con la misma estatura, ojos pardos, pelo castaño crespo, cara redonda, color cobrizo y nariz chata. Ambas órdenes fueron remitidas a los agentes de la policía para que, si daban con niños de características similares y en actitud sospechosa, fueran aprehendidos y remitidos a sus padres.

Al problema de la identificación se sumaba la complejidad para controlar a la población flotante que visitaba el puerto de Valparaíso. Por esta razón, explica Cárdenas, los jefes policiales tenían la obligación de “vigilar con cautela a todo individuo o individuos que lleguen pidiendo alojamiento con el pretexto de buscar trabajo procediendo a investigar el objeto de su venida o estabilidad en aquel pueblo o lugar y en procedencia y la causa de su salida”.

A medida que pasó el tiempo, las descripciones genéricas y la precariedad de los medios con que contaba la policía fueron evolucionando hasta la irrupción de la ciencia. Primero fue la antropometría, que establecía mediciones de las partes de cuerpo, cabeza y marcas particulares como medio para identificar a los sospechosos. Posteriormente, surgió la singularización de los individuos por medio de las huellas digitales y el gran salto se dio con la fotografía. Aunque muy útiles para la policía, la caracterización de los delincuentes terminaba criminalizando a personas de escasos recursos por el simple hecho de vestir de forma similar.

Más allá de las técnicas para dar con un delincuente, la obsesión ha sido siempre la prevención del delito. Ahí es donde la detención por sospecha en un comienzo y la propuesta de ampliar los controles de identidad a menores, surgen, de manera aparente, como la mejor opción para conseguirlo, con los problemas que éticos que esto acarrea.

Quienes la promueven, amparados en el viejo refrán de “quien nada hace, nada teme”, lo hacen conscientes además de que ellos, difícilmente, puedan ser objeto de una detención de este tipo. Los opositores, por el contrario, aunque tampoco son el público objetivo de una detención similar, entienden que se vulneran derechos básicos como la presunción de inocencia.

El tema se agrava cuando pensamos que esto se extienda a los mayores de 14 años, tal como lo promueve el presidente Sebastián Piñera en su Proyecto de Ley. La paradoja de esta polémica es que no nos ponemos de acuerdo en cuáles son las facultades que le vamos a dar a una persona de esa edad. Algunos sectores de izquierda, por ejemplo, impulsaron la entrega de la pastilla del día después a menores de 14 años, sin la autorización de los padres, mientras que gran parte de la derecha, se oponía a esta decisión. Con el control de identidad pareciera ocurrir exactamente lo contrario.

La discusión de fondo es ideológica, hasta dónde estoy dispuesto a sacrificar mi libertad en favor del orden que es lo que, en gran medida, diferenciaría a un liberal de un conservador. En la práctica, estos temas terminan siendo útiles para la discusión política, la figuración en los medios y los votos. Mientras tanto, muy pocos se preocupan de atacar el fondo del problema, invertir en la educación de los sectores más vulnerables y elaborar, por otra parte, políticas que busquen la reinserción de los jóvenes que cometen delitos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.  

Control de identidad

Muy pocos se preocupan de atacar el fondo del problema, invertir en la educación de los sectores más vulnerables y elaborar, por otra parte, políticas que busquen la reinserción de los jóvenes que cometen delitos.

Desde sus inicios, señala la historiadora Vania Cárdenas, en el quehacer policial se asignó especial importancia a las funciones de identificación, que fueron implementadas por la Policía de Seguridad a fines del siglo XIX.

No obstante, las posibilidades estaban sujetas a los medios técnicos con que contaba la policía. Y estos, en los albores de la época republicana, eran bastante limitados. Por citar un caso, de estos primeros años, Andrea Espinoza solicitaba a las autoridades que buscaran a su hijo de once años de edad que se había fugado. Las “señas particulares” que aportaba la madre para que la policía diera con su hijo Carlos Francisco French, eran las siguientes: “Estatura de tres pies y pulgadas (Casi un metro); ojos negros hermosos, pelo castaño, nariz afilada, color trigueño, cara larga”. El pequeño French se había fugado de la escuela junto a Ponciano Angulo, también de once años, a quien su padre describía con la misma estatura, ojos pardos, pelo castaño crespo, cara redonda, color cobrizo y nariz chata. Ambas órdenes fueron remitidas a los agentes de la policía para que, si daban con niños de características similares y en actitud sospechosa, fueran aprehendidos y remitidos a sus padres.

Al problema de la identificación se sumaba la complejidad para controlar a la población flotante que visitaba el puerto de Valparaíso. Por esta razón, explica Cárdenas, los jefes policiales tenían la obligación de “vigilar con cautela a todo individuo o individuos que lleguen pidiendo alojamiento con el pretexto de buscar trabajo procediendo a investigar el objeto de su venida o estabilidad en aquel pueblo o lugar y en procedencia y la causa de su salida”.

A medida que pasó el tiempo, las descripciones genéricas y la precariedad de los medios con que contaba la policía fueron evolucionando hasta la irrupción de la ciencia. Primero fue la antropometría, que establecía mediciones de las partes de cuerpo, cabeza y marcas particulares como medio para identificar a los sospechosos. Posteriormente, surgió la singularización de los individuos por medio de las huellas digitales y el gran salto se dio con la fotografía. Aunque muy útiles para la policía, la caracterización de los delincuentes terminaba criminalizando a personas de escasos recursos por el simple hecho de vestir de forma similar.

Más allá de las técnicas para dar con un delincuente, la obsesión ha sido siempre la prevención del delito. Ahí es donde la detención por sospecha en un comienzo y la propuesta de ampliar los controles de identidad a menores, surgen, de manera aparente, como la mejor opción para conseguirlo, con los problemas que éticos que esto acarrea.

Quienes la promueven, amparados en el viejo refrán de “quien nada hace, nada teme”, lo hacen conscientes además de que ellos, difícilmente, puedan ser objeto de una detención de este tipo. Los opositores, por el contrario, aunque tampoco son el público objetivo de una detención similar, entienden que se vulneran derechos básicos como la presunción de inocencia.

El tema se agrava cuando pensamos que esto se extienda a los mayores de 14 años, tal como lo promueve el presidente Sebastián Piñera en su Proyecto de Ley. La paradoja de esta polémica es que no nos ponemos de acuerdo en cuáles son las facultades que le vamos a dar a una persona de esa edad. Algunos sectores de izquierda, por ejemplo, impulsaron la entrega de la pastilla del día después a menores de 14 años, sin la autorización de los padres, mientras que gran parte de la derecha, se oponía a esta decisión. Con el control de identidad pareciera ocurrir exactamente lo contrario.

La discusión de fondo es ideológica, hasta dónde estoy dispuesto a sacrificar mi libertad en favor del orden que es lo que, en gran medida, diferenciaría a un liberal de un conservador. En la práctica, estos temas terminan siendo útiles para la discusión política, la figuración en los medios y los votos. Mientras tanto, muy pocos se preocupan de atacar el fondo del problema, invertir en la educación de los sectores más vulnerables y elaborar, por otra parte, políticas que busquen la reinserción de los jóvenes que cometen delitos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.