Comunicación de riesgo

28 de Marzo 2021 Columnas

Un reportaje de la Deutsche Welle, replicado en medios nacionales en estos días, ponía de manifiesto la “contradicción chilena” respecto del masivo y exitoso plan de vacunación, que –paradójicamente- ha sido incapaz de parar la pandemia: los especialistas advierten que estamos en las mismas o peores condiciones que en junio o julio del 2020, cuando la primera ola estaba en pleno apogeo en el país.

Hoy, la segunda ola sorprende a muchos, aunque no debiera hacerlo. Nuestra posición geográfica permite que hayamos sido testigos de cómo la nueva embestida de la enfermedad ya asoló a Europa y Estados Unidos, lo que debiera haber determinado que estuviéramos mejor preparados para enfrentarla en este lejano paraje llamado Chile.

Pero no fue así. La segunda ola se instaló de manera brutal y los nuevos casos –así como los fallecidos- parece que golpean diariamente al ministro de Salud, Enrique Paris, y su equipo. Habiendo estirado el elástico hasta poco antes de que se cortara –aun cuando las informaciones eran claras respecto de la falta de camas críticas, del colapso de las unidades de cuidados intensivos y de la peligrosidad de algunas de las medidas instauradas-, las restricciones fueron lentas y resistidas. Las fichas se pusieron completamente en la vacunación, relajando las normas gravemente durante enero y febrero.

Así, llegamos a esta semana en la que nuevamente supimos de más de siete mil contagios diarios, en algunas jornadas con más de 100 personas fallecidas, similar a lo que sucedía en la peor etapa de la pandemia en 2020. Los números no son para nada alentadores: solo en los dos primeros meses de 2021, según cifras del propio Ministerio de Salud replicadas en los medios, enero y febrero registraron 21.114 muertos, convirtiendo ese primer bimestre en el más letal en 45 años.

Mientras esas cifras salían a la luz, los chilenos pedíamos el permiso de vacaciones, los “porfiados” continuaban haciendo fiestas y paseándose por los centros comerciales, muchos preparábamos el inicio del año escolar que –sí o sí- sería presencial de acuerdo a los dictámenes del Ministerio de Educación, y algunas autoridades locales pedían acortar el toque de queda o terminar con las cuarentenas. Incluso hubo parlamentarios que no consideraban necesario mantener el estado de catástrofe. El gobierno de Sebastián Piñera, en tanto, lucía con orgullo las promisorias cifras de vacunación, evitando a más no poder las cuarentenas y restricciones.

En todo este primer trimestre de 2021, el miedo quedó atrás. Los chilenos comenzamos a convencernos de que el virus iba en retirada y las nuevas prohibiciones –que mantienen ahora a gran parte del país en cuarentena- se demoraron en llegar. Esta semana nuevamente Chile tuvo un récord de contagios diarios -7.626 al momento de escribir esta columna-; por primera vez los casos activos confirmados superaron los 40 mil, y nuestra región se instaló entre las cuatro con mayor aumento de casos nuevos. La cuarentena volvió a ser realidad. Pero tarde.

La comunicación de riesgo, esencial en una situación como esta, ha fallado rotundamente y en su ausencia reposa gran parte de la crisis actual. Ya en 2011, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en su “Guía para la elaboración de la estrategia de comunicación de riesgos”, advertía que esta “contribuye a controlar lo más rápido posible las repercusiones para la salud en cualquiera de las etapas de una emergencia o desastre” y que un sistema adecuado “asigna una gran importancia al diálogo con las poblaciones afectadas y con el público interesado, para brindarles la información necesaria, que les permita tomar las mejores decisiones”.

Precisamente es esa información la que ha quedado al debe en esta nueva etapa de la pandemia. Aun cuando en las encuestas la preocupación de los chilenos por la posibilidad de contraer el virus se ha mantenido estable, en alrededor de 60%, lo cierto es que en las actividades diarias esa ansiedad no necesariamente se hace patente.

Pero, además, el extremo exitismo del gobierno –un mal que ha aquejado a Piñera desde su primer gobierno, por ejemplo, con el “mejor censo de la historia”- ha determinado que el acento esté casi por completo en la vacunación, dejando de lado la comunicación sobre las medidas de cuidado y los peligros del virus que sigue acechando. La información diaria se ha convertido en una sarta de números vacíos que cada vez llegan menos a la ciudadanía, sin creatividad ni preocupación por una comunicación de riesgo que realmente le haga sentido a los chilenos.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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