Clases virtuales, ¿nueva pedagogía?

10 de Junio 2020 Columnas

“Es una modalidad que llegó para quedarse”, “es la nueva forma de educar”. Estos y otros cometarios se oyen hoy tras la irrupción de la clase virtual. La pregunta es si ya no habrá una vuelta al modelo de educación presencial. La crisis sanitaria nos sorprendió y, pese a ello, hemos podido subsanar el proceso de enseñanza-aprendizaje, a través de la rápida rearticulación de objetivos y procesos, en virtud de no trastocar sustancialmente nuestros resultados de aprendizaje esperados, ¿lo lograremos?

No olvidemos que estas plataformas digitales son herramientas que no constituyen en sí una nueva forma de educar. Son soportes, apoyos que subsanan (de modo muy parcial) la falta de clase presencial. La didáctica ha debido adaptarse, pero esto no significa que la relación de aula pueda ser desplazada en su capacidad de compartir una experiencia grupal, esa que permite captar los finos elementos de la comunicación no verbal, que nos otorga una retroalimentación real, instantánea -íntima y afectiva–, tanto personal como colectiva. En suma, una experiencia absolutamente enriquecedora.

Si algo hace falta hoy es aquel sentido pedagógico y didáctico propio del proceso de enseñanza-aprendizaje al interior de la sala. Una suerte de comunión en un espacio, en un núcleo íntimo que día a día se revive particularmente durante algo más de una hora entre un conjunto de personas. Estamos aquí, somos nosotros y nos convoca algo en común: el educarnos. Porque también los profesores nos educamos permanentemente en este proceso.

Reemplazar la relación real por la virtual puede llevarnos penosamente hacia la creación de una generación aislada, autómata e individualista, cuyas relaciones serán más bien prácticas y basadas en principios de conveniencia.

Es cierto que lo virtual es una útil herramienta a la cual podemos echar mano. Posee sus ventajas: aprovechamiento de tiempo, ahorro económico por concepto de desplazamiento, entre otras. Sin embargo, es aún un formato endeble: dependemos de nuestro Notebook, de Internet, de la calidad de señal, de la plataforma utilizada y de las posibilidades que cada alumno posee para conectarse. Los problemas no han tardado en aparecer.

En suma, denominar a esta modalidad una “manera renovada” me parece un error flagrante. Ha sido una respuesta algo improvisada y medianamente satisfactoria frente a una situación de emergencia. Pero no por ello es la única o la primordial.

Imponer la cultura virtual sería el fin del sentido social que le da vida a nuestra comunidad educativa, a esa relación inmediata y recíproca –real- que nace colectivamente en un contexto que implica mucho más que un mero traspaso de información. Desaparecería la enriquecedora conversación cotidiana, las risas, el esparcimiento. Aristóteles señalaba que educar la mente y no el corazón no era educar. Si la clase presencial se reemplaza, el vínculo afectivo se extinguiría.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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