Es aparentemente contradictorio, pero cierto. A treinta años del plebiscito, el país ha ganado y ha perdido a la misma vez en relación a nuestras ciudades y sus barrios. Los contundentes esfuerzos de inversión en infraestructuras viales, sanitarias y parques, entre otros, han dado su rédito en ciudades más competitivas y modernas. Las autopistas conectan a hogares de altos y bajos ingresos. Aunque se paga, son democráticamente abiertas.
Hemos sido eficientes en obras, concesiones, estudios técnicos, cálculos de demanda y oferta. No sólo eficientes en su ejecución, sino además capaces de dar continuidad a los programas a través de sucesivas administraciones. Los planes de concesiones viales, sanitarias, energía y transportes se muestran como logros urbanos del mayor estándar. Si comparamos imágenes de fines de los 80 con otras actuales, no hay duda de que la ciudad ha mutado radicalmente. Edificios como la Telefónica, o las torres de El Bosque Norte y Nueva Las Condes son los íconos de la ciudad «winner».
Pero hay postales que no han cambiado. La Legua de Emergencia es aún la Legua de Emergencia, La Pincoya es La Pincoya de antes, y El Castillo, en La Pintana, era tal cual la alcaldesa de esa comuna lo describe hoy. Emerge con fuerza lo que se ha quedado rezagado, olvidado e invisibilizado. Ejemplos como el del padre Felipe Berríos, vecino del campamento Luz Divina VI, en Antofagasta, nos recuerdan la gran deuda histórica con los barrios.
Los residentes que viven escuchando disparos todos los días no son cientos ni miles. Son más de tres millones de personas que viven en las peores condiciones territoriales, sin equipamientos ni servicios comparables a los mejores, en la misma ciudad. Si juntáramos los barrios «losers», sería la segunda ciudad más poblada del país. Con muchas menos áreas verdes cercanas para ir, sin acceso a cajeros automáticos ni farmacias, con mala calidad de urbanización, casi sin mobiliario, y llenas de perros callejeros
comiéndose los restos de basura en las calles.
La promesa del desarrollo ha llegado sólo a algunos. En los próximos años debemos visibilizar e invertir en esos barrios olvidados con la misma eficiencia que en la ciudad moderna. Recuperar, reconstruir y regenerar el severo deterioro de los vastos territorios que nos segregan, nos separan y nos distancian en realidades opuestas: «winners» y «losers»
Publicado en
La Segunda.