Chile y la isla

15 de Marzo 2020 Columnas

Giovanni Papini en una de sus más famosas obras, Gog, cuenta que el protagonista entre sus innumerables viajes, encuentros y entrevistas, uno de lo que más había llamado la atención, fue la narración de Pat Carnies sobre una isla que le tocó conocer en el Pacífico. Según Carnies, la singularidad de este lugar era que los jefes habían reconocido, hace mucho tiempo, que la isla no podía alimentar más que un número fijo de habitantes:

“Por esta razón la asamblea de jefes promulgó en tiempo inmemorial una extrañísima ley: la que a cada nacimiento debe seguir una muerte, de manera que el número de habitantes no rebase nunca el de setecientos setenta (…) Como en todos los países del mundo, los nacimientos superan a las muertes naturales, todos los años diez o veinte de esos infelices segregados del mundo deben ser muertos por la tribu”, relataba Carnies.

Luego, el viajero se explayaba explicando la fórmula y las situaciones dramáticas asociadas a esta drástica determinación, como madres que se negaban a abandonar a sus hijos o ancianos que rogaban por morir de forma natural, aunque siempre de forma infructuosa. El azar determinaba a los elegidos y la ley se cumplía sin excepciones.

Lo que parecía ser uno de los tantos relatos extraordinarios del italiano Giovanni Papini, lo vemos convertido en realidad en la mismísima Italia, a raíz del coronavirus. Aunque la fórmula no es un sorteo, como en el cuento de Gog, sino una selección de acuerdo a características objetivas del paciente como la edad, gravedad y posibilidades de recuperación, sí coincide en que se asume que unos, necesariamente, no podrán ser ayudados y tendrán que morir en beneficio de otros.

Así lo ha relatado el médico Christian Salaroli  al Corriere della Sera:  “No se imaginan lo que está pasando aquí. Elegimos a quién tratar y quién no, según la edad y las condiciones de salud. Como en todas las situaciones de guerra”.

De un momento a otro, cuando por fin hubo un acuerdo entre China y Estados Unidos, el escenario cambió de forma radical y la globalización se terminó transformando en un arma de doble filo, expandiendo un virus por todo el orbe.

En Chile, a diferencia de muchas otras enfermedades asociadas a malos hábitos, suciedad y precariedad, el virus ha afectado a personas que vienen desde el extranjero a través de vuelos internacionales. La viruela, por ejemplo, que causó estragos en Valparaíso, se expandió debido a los malos hábitos de la población, la falta de alcantarillado y el rechazo, muchas veces por miedo, a las vacunas que podían salvar la vida de las personas (en defensa de quienes se resistían, hay que imaginar cómo era el tamaño de una aguja en el siglo XIX).

Habiendo excepciones como la viruela, antes de la existencia del avión, nuestro país tenía una barrera natural frente a muchas enfermedades. Llegar a Chile requería recorrer grandes tramos, a través de la cordillera, el desierto o un barco, lo que era inviable para una persona gravemente enferma. La inmunidad relativa se compensaba con otra tragedia, los terremotos.

Pareciera inevitable, pero el dramático testimonio del médico italiano se hará realidad, tarde o temprano, en nuestras salas de urgencia. Esperemos que, para ese entonces, las autoridades y todos nosotros hayamos tomado conciencia, para conseguir que el impacto no sea tan terrible.

Finalmente, el desarrollo humano a lo largo de la historia nos recuerda al mito de Sísifo, aquel que decía que un rey griego había sido condenado a transportar una piedra a la cima de una colina, la que, antes de llegar a su destino, volvía a caer de forma inexorable, repitiendo el proceso una y otra vez. Si antes fueron las hambrunas, las guerras mundiales o el terrorismo, hoy el coronavirus nos recuerda la fragilidad humana y el carácter cíclico de la historia.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Redes Sociales

Instagram