Chile: La copia feliz del Edén

20 de Julio 2020 Columnas

Algunos afirman que lo ocurrido esta semana en el Congreso, así como otros hechos acaecidos desde el 18 de octubre, constituyen un momento histórico, como si fuésemos nosotros, desde el presente, quienes podemos determinar que algo sea histórico o no. Eso solo lo podrá decidir el paso del tiempo, cuando mida el impacto de estas determinaciones.

Asimismo, mientras algunos celebran una nueva forma de hacer política, a través de la democracia directa (votar de acuerdo a la presión de las personas), a otros, en cambio, los aflige y abruma una sensación de que este país pareciera caerse a pedazos, perdiendo esa unidad que nos habría caracterizado.

No obstante, vale la pena preguntarse cuál es la realidad de Chile. La de un país unido que se levanta frente a la tragedia o la de otro dividido, ese con el que hemos convivido los últimos meses.

Aunque muchas veces los historiadores han querido insistir en esta primera idea, así como también en la de la excepcionalidad chilena, el análisis riguroso de los hechos da cuenta de una realidad muy distinta. Ni somos tan únicos, ni somos muy unidos.

Un rápido vistazo a la historia republicana nos muestra que las crisis han sido hechos permanentes a lo largo de estos dos siglos. Primero la independencia, entendida no solo como un enfrentamiento entre españoles y chilenos, sino como una lucha entre chilenos que apoyaban a uno u otro bando. La crisis de 1829 entre liberales y conservadores; la revolución de 1851 y 1859; y la dramática guerra civil de 1891 con más de diez mil muertos. Sume a eso, como triste final de ese siglo, la “Pacificación de la Araucanía” en la que murieron miles de mapuche, selk´nams y onas, forzados a ser “chilenos”.

Avanzando hacia el siglo XX, aparece el ruido de sables de 1924 y la crisis que se prolongó hasta 1932; la matanza del seguro obrero de 1938 como una expresión de las tensiones políticas y, como corolario, la crisis de los sesenta y setenta que tuvieron como resultado una larga dictadura.

Aunque uno podría identificar que las crisis ocurren cada 40 años en Chile, eso no excluye que los procesos anteriores y posteriores han sido de fuertes divisiones que, justamente, tensionan la situación hasta llevarla al límite. Espacios donde luchan por imponerse miradas contrapuestas del mundo, visiones excluyentes en las que la posición contraria debe ser desacreditada, ridiculizada, hasta terminar siendo destruida. Hecho que se ha visto enormemente facilitado gracias al rol que juegan las redes sociales.

El “Les volamos la ra… ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja”, la famosa frase de la caricatura el Enano Maldito, luego de la ratificación de Salvador Allende como Presidente en el Congreso, no se diferencia mucho de ese baile ridículo que protagonizó Pamela Jiles en la Cámara de Diputados y que es una muestra de este clima de polarización. No solo basta con vencer al otro en las urnas, sino que también hay barrer con él cuando está derrotado.

Chile está divido, pero seamos sinceros, así ha sido siempre. Solo que algunas veces, una de las dos visiones termina siendo aplastada o silenciada por la más fuerte. “Los chilenos” no somos más que una construcción abstracta configurada durante varios siglos y que ha tenido en el Estado su principal difusor ideológico, intentando unirnos a través de símbolos y emblemas y, por supuesto, una historia nacional. Los distintos gobiernos han desaprovechado este sustento para construir una visión común. Durante las últimas décadas, se pusieron todas las fichas en alcanzar el desarrollo a través de cálculos macroeconómicos, pero con una base educacional feble.

Los momentos de unidad, en tanto, han sido tan atípicos como coyunturales y fugaces. El triunfo de Chile en la Copa América, el rescate de los mineros, el levántate Chile después del terremoto de 2010, las medallas de oro en los juegos olímpicos de Atenas, el mundial del 62 y algún otro hecho particular que se mes escapa. Creer lo contrario, es auto engañarse con una imagen del Chile que queremos, esa “copia feliz del Edén”, tan irreal y utópica como el lugar que se describe en la Biblia.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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