Cambio climático: ¿otra vez se acabará el mundo?

9 de Junio 2019 Columnas

El año 1798 Thomas Maltus publicó un ensayo en el que se refería a las limitaciones del desarrollo de la población en relación a los alimentos. Explicado de forma muy sencilla, el reverendo Malthus aseguraba que si a la población no se le ponían obstáculos, se duplicaría cada 25 años, es decir, aumentaba en proporción geométrica, sin embargo, los alimentos no podían sostenerse con igual facilidad: “La especie humana aumentaría como la progresión de los números 1, 2, 4, 8,16 , 32, 64,128 , 256, y las subsistencias como la de los nú2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Al cabo de dos siglos -es decir, hace dos décadas-, la proporción entre la población y los medios de subsistencia sería como la de los números 256 y 9”.

La historia, no obstante, fue distinta. Por un lado, la revolución industrial implicó una serie de transformaciones que multiplicaron la cantidad de alimento a un nivel extraordinario y donde nuestro salitre cumplió, además, una gran labor como fertilizante. Por otro, la población, contrario a lo que suponía Malthus, en la medida que las sociedades se fueron desarrollando, disminuyó la cantidad de hijos, hasta llegar a límites preocupantes, como los que presenta Europa o incluso Chile.

En resumidas cuentas, el mundo no colapsó, por lo menos, de la forma que pensaba Malthus. Un siglo y medio después, el descubrimiento de que la Unión Soviética tenía la capacidad para lanzar misiles nucleares sobre los Estados Unidos, hacía presagiar que, tarde o temprano, la lucha entre dos sistemas políticos y económicos completamente contrapuestos iba a derivar en una guerra de aniquilación. Empero, la sensatez de los gobernantes terminó primando y, antes de que la guerra nuclear se desatara, el régimen comunista colapsó.

Por esos mismos años, los científicos nos alertaban de que la capa de ozono estaba reduciéndose drásticamente, exponiéndonos a los rayos ultravioleta. De un momento a otro, quienes se echaban laca y desodorante se transformaron en terroristas ambientales y tuvieron que dar paso al desodorante de barra y dejar de imitar la chasquilla de Madonna. Luego de treinta años, los mismos científicos que nos asustaron con el desodorante y la laca, anunciaron que el reducimiento no solo se había detenido, sino que la capa de ozono se ha empezado a recuperar, pudiendo terminar de cerrarse a fines de este siglo.

Podríamos sumar a la lista de miradas catastróficas la amenaza permanente de asteroides que van a acabar con la raza humana, como sucedió con los dinosaurios, las abejas carnívoras que nos asolaron a fines de los ochenta, el fin del petróleo, del agua, etc. En consecuencia con esto, no tendríamos por qué creer en la supuesta amenaza que está detrás del cambio climático y agregarla a una larga lista apocalíptica. L

La evidencia en este caso, no obstante, pareciera ser distinta y contundente. Aun cuando los líderes de Estados Unidos y China, más preocupados de su guerra comercial, no estén dispuestos a ceder, todo pareciera indicar que nos podemos estar acercando peligrosamente a un punto de no retorno donde las condiciones del planeta van a cambiar hasta transformarlo en un lugar muy distinto al que habitábamos.

No se trata de retórica, sino de hechos concretos que podemos palpar a nivel local. Dos ejemplos, la dramática crisis hídrica que están viviendo los habitantes de Petorca y sin tener que ir muy lejos, esta semana se conoció que el déficit hídrico de la capital alcanzó el 100%.

En definitiva, el cambio climático surge de una serie de variables, algunas tan curiosas como increíbles -no puedo dejar de pensar en el eructo de las vacas-. Y, por lo mismo, las formas de luchar contra él. Puede ser difícil cambiar los hábitos de un adulto mayor y convencerlo, no solo de que esto es real, sino de que es importante tratar de hacer algo por evitarlo. Algo similar ocurre con mi generación, demasiado cómoda como para hacer sacrificios que, aunque insignificantes frente a lo que contaminan las grandes industrias, sí pueden generar una variación de hábitos en las nuevas generaciones, justamente las que van a tener que sufrir los efectos de este cambio. Esperemos que, cuando esto ocurra, no sea demasiado tarde.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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