Bajo la capucha

15 de Diciembre 2019 Columnas

La oposición advirtió con tiempo a La Moneda que no había posibilidad de absolver en paralelo al exministro Chadwick y al Presidente Piñera; las graves violaciones a los DD.HH. cometidas en las últimas semanas en el control del orden público debían tener un responsable político y una de las dos acusaciones constitucionales iba a prosperar.

La iniciativa presentada en contra del Mandatario no alcanzó a traspasar siquiera el debate sobre la “cuestión previa”, pero las implicancias políticas de su desenlace son quizás mayores a las derivadas del golpe asestado al exjefe de gabinete. El PC, acostumbrado a las lecturas lineales y simplistas, salió a condenar a los diputados “traidores” que perdonaron a Piñera, con campaña de amedrentamiento incluida, sin alcanzar a comprender la envergadura de lo que se había expresado en la sala de la Corporación: 73 votos, es decir, casi la mitad de sus integrantes, llegó a la convicción de que se debía dar curso a un proceso de destitución del Presidente de la República.

Fue una señal inédita y potente, que permite entender la consistencia que ha adquirido la degradación sistemática que hoy enfrenta la legalidad; una degradación que se expresa a nivel de orden público con violencia y destrucción continuas, y a nivel político, con diputados que impulsan o apoyan iniciativas abiertamente inconstitucionales. En este marco, tener parlamentarios que deciden entrar a la sala encapuchados no solo es un signo de los tiempos, es también un acto de honestidad política y transparencia intelectual.

En efecto, hoy son actores institucionales los que han decidido jugar en el margen o abiertamente traspasarlo, desconocer atribuciones o prerrogativas, forzar los hechos e inhibir a la autoridad en el cumplimiento de sus obligaciones. Y la pregunta que surge de ello es inevitable: ¿Puede existir real voluntad de construir acuerdos con el gobierno cuando casi la totalidad de los diputados opositores considera pertinente iniciar un proceso de destitución del Presidente de la República, con todas las implicancias políticas e institucionales que eso tiene?

Quizá sea mejor asumir y trasparentar esta realidad, asumir y trasparentar que un sector muy relevante del sistema político hoy considera que responder a la crisis social iniciada el 18 de octubre pasa por interrumpir el mandato democrático emanado de las urnas en la última elección. También, avalando mociones parlamentarias al margen de la Constitución o esforzándose por impedir que la autoridad pueda ejercer un efectivo control del orden público. Y todo, ad portas de un proceso constituyente cuya única posibilidad de prosperar es que las reglas del juego para su desarrollo, que son las mismas de todo el resto de la institucionalidad, sean reconocidas y preservadas al menos por una mayoría relevante.

Porque, ¿qué pasará el día de mañana si a sectores de la oposición no les gusta el resultado del plebiscito del 26 de abril o la eventual composición de la asamblea constituyente que resulte de las urnas el próximo mes de octubre? ¿Estaremos expuestos a la misma lógica con la que hoy se están abordando los problemas? Si es así, el proceso constituyente pende en verdad de un hilo o, más bien, del veto que determinados sectores quieran imponer sobre su legitimidad y sus resultados.

Aquellos que decidieron restarse del acuerdo para el cambio constitucional, no por casualidad son los mismos que impulsaron la acusación en contra del Presidente de la República. El resto de la oposición, los que participaron de ese acuerdo, al parecer no alcanzan a comprender que la única posibilidad de que prospere es restableciendo el imperio de la ley y el estado de derecho. Sin legalidad y sin legitimidad de las reglas que están en la base de ese acuerdo no hay proceso constituyente posible. La tentación de golpear al gobierno debilitando la ley es en este aspecto suicida. Y los que están en la lógica de aceptar los cambios solo si ellos coinciden a plenitud con sus deseos debieran tener al menos el mismo gesto de transparencia y honestidad que esta semana tuvo Pamela Jiles.

Publicada en La Tercera.

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