Bachelet está próxima a partir. Se va con una popularidad que es la mitad de la vez anterior, pero se va contenta. Siente que los chilenos le agradecerán su legado y que, con la derecha gobernando, necesariamente la terminarán echando de menos.
De poco sirve mostrar el retroceso económico, el bochorno político y la degradación institucional: en su concepción hegeliana de la historia considera que Chile avanzó. Que hay menos lucro, menos neoliberalismo y más comunidad. Que Chile es, en definitiva, mejor que antes.
Si bien para una parte del país el gobierno que nos deja ha sido lo peor que le ha pasado a Chile, lo cierto es que hay que guardar las proporciones. Y, al momento de hacer el balance, vale la pena reflexionar que esto pudo haber sido mucho peor, si no hubiera sido por el caso Caval y por la forzada caída de Peñailillo y Arenas.
Bachelet esta vez lo pasó mal gobernando. Basta recordar la que será una de las imágenes más duras de su mandato: el anuncio de cambio de gabinete, al borde del llanto, a don Francisco. Fue su peor momento. Algunos llegaron incluso a hablar de renuncia.
La llegada de la dupla Burgos-Valdés trajo un segundo aire a un gobierno que estaba contra las cuerdas. Para algunos fue una intervención conservadora que frenó a la retroexcavadora. Pero para el país, probablemente, fue el momento en que Chile se salvó de kirchnerizarse.
Así, es posible sindicar en la caída de la popularidad (como consecuencia de Caval) y la irrupción de la dupla Burgos-Valdés, el que la detonación haya sido controlada. Hay que acordarse de que este gobierno se inició con la tesis del colapso social, cuyo único culpable era el neoliberalismo. Hay que acordarse también de que la Nueva Mayoría contaba con las mayorías necesarias para hacer casi todo lo que quisiera.
Si bien este gobierno avanzó en algunas materias de libertades básicas (como las tres causales del aborto, la unión civil o el fin de la selección), en Relaciones Exteriores (gracias a la correcta actuación de Heraldo Muñoz) y en aspectos puntuales como en Energía (gracias a la gestión de Pacheco), su legado es particularmente pobre. Y es pobre desde el punto de vista que justificó su llegada al poder, así como desde lo que efectivamente hizo.
Las tres reformas planteadas terminaron fracasando. La tributaria es transversalmente vilipendiada, la educacional restó más de lo que sumó y la constitucional terminó siendo un saludo a la bandera.
Pero lo que ocurrió con la nueva Constitución amerita detenerse, porque mal que mal terminó siendo el emblema del gobierno actual: improvisación, voluntarismo e ideologismo.
Si bien varias de las cosas planteadas son perfectamente legítimas (por ejemplo, discutir el período presidencial) y otras son deseables (disminuir las atribuciones del Tribunal Constitucional o eliminar leyes supramayoritarias), el proyecto terminó siendo escrito por ella con las ideas que tenía hace cuatro años. Obviamente, las 200 mil personas que se juntaron a discutir en los cabildos no fueron consideradas. Siempre se supo que ello era imposible. Por otra parte, el proyecto fue realizado en un cuarto oscuro. Por último, de la Constitución del 80 -pese al plebiscito fraudulento que la aprobó-, conocemos las actas de las discusiones que llevaron al texto constitucional. Aquí ni siquiera eso tenemos.
No hay dudas, el legado de Bachelet es pobre. El crecimiento económico no pareció relevante, la crisis de Carabineros fue dejada de lado, el incremento de la deuda pública, simplemente hojarasca, y la sobrecontratación de funcionarios públicos, una necesidad.
Pero, pese a todo -lo quiera o no-, Bachelet a partir del lunes es candidata.
Cuando las encuestas empiecen a preguntar sobre el próximo Presidente, en la derecha aparecerán varios, en el Frente Amplio aparecerá Boric y Sharp, y en los restos de la Nueva Mayoría no aparecerá ni Girardi, ni Lagos Weber, ni Tarud. Aparecerá Bachelet.
Sus posibilidades de volver estarán en directa relación con el desempeño de Piñera. Si el gobierno que se inicia mañana no anda bien, no será raro que los chilenos empiecen a añorar un pasado que no fue. Y en ese momento aparecerá nuevamente "el realismo sin renuncia", y las bandas musicales volverán a sonar.
El delantal blanco, por lo tanto, deberá ser cuidadosamente colgado. Es posible que se necesite nuevamente...
Publicado en
El Mercurio.