Tener un auto en Chile hace un siglo

4 de Diciembre 2017 Columnas

Según informes de la Asociación Nacional de Automóviles de Chile, en nuestro país se venden desde 2011 un promedio de trescientos mil vehículos por año. Durante el mes de octubre, por ejemplo, se comercializaron 30.144 vehículos nuevos.

En el caso específico de nuestra región, el mes pasado se vendieron casi tres mil vehículos livianos y medianos, una cifra que se ve muy grande para nuestro mercado, pero que aparece irrisoria frente a las ventas de la capital, que alcanzan los 180 mil autos.

Entre las condiciones que han favorecido el crecimiento del mercado automotriz, aparecen las facilidades de compra, la competitividad del peso frente al dólar y el aumento de la oferta. Basta con abrir un diario para comprobar que los avisos de los automóviles copan gran parte de las páginas: Mayor capacidad rendimiento, velocidad y descuentos por compra en cuotas aparecen como los principales ganchos de las concesionarias.

Hace poco más de un siglo, específicamente en 1910, existían 21 automóviles en Chile. Es decir, un automóvil por cada 154 mil habitantes, siendo la proporción de uno a cuatro en la actualidad.

Hacia el año 1917, ni las ciudades ni las calles ni las personas estaban preparadas para recibir este nuevo medio de transporte, de ahí que las empresas buscaran los medios de enganchar a los posibles consumidores por sumarse a la modernidad.

La fiebre automotriz llegó hasta la revista Zig- Zag, en la que un gran aviso informaba a sus lectores el sorteo de un hermoso automóvil, sin costo alguno de la “afamada marca Reo valor de $10.000.000, entre los lectores y subscritores de la revista”. Como referencia para el valor, el precio de El Mercurio de Valparaíso era de 10 centavos, la suscripción anual era de $25 y una máquina de escribir Remington, el computador de la época, costaba $170.000.

Por otra parte, la empresa Hudsons destacaba haber vendido 303 automóviles en Chile en 15 meses: Lujo, Eficiencia, Economía y Resistencia eran las principales virtudes que se recalcaban. Si esto no era suficiente para convencer a un peatón con poder adquisitivo, se señalaba: “La gente más distinguida de Chile y los automovilistas más entendidos figuran en nuestra lista de propietarios”.

Los autos Buick destacaban su sistema de válvulas superpuestas. Sonaba sofisticado, no se explicaba qué era, pero se aseguraba que la marca gozaba de gran fama y merecida reputación en todo el mundo.

Willys-Overland, coche de turismo, cuatro cilindros, tipo ligero, según decía el aviso anunciaba entre sus cualidades “Un automóvil mejor por precio menor”. “Cualquiera de sus modelos”, agregaba el importador W.R.Grace & Co., “representa tal mérito, que todo deseo que se tenga de satisfacer el orgullo, economía, seguridad y placer debe aconsejar la preferencia de un modelo Willys-Overland”.

En una estrategia más agresiva, Ford apostó por ejemplificar a través de viajes largos y su medición como la mejor manera de ilustrar los beneficios de poseer un automóvil: “Vallenar a Valparaíso en 51 horas 20 mts. Ayer a las 5:20 P.M. llegó Sr. Frank Huber a este puerto después de recorrer más de 1.000 kilómetros, sin accidente alguno en su Runabout”. El auto había iniciado su viaje el jueves 29 de noviembre a las 2 P.M. y llegó al puerto el domingo 2 de diciembre por la tarde, sin haber cambiado los neumáticos ni una sola vez. Una viaje que, después de un siglo, podría durar siete horas.

En este recuento no podía faltar Chevrolet: “El automóvil que satisface los ideales y demuestra el mayor desarrollo del ingenio americano”. El énfasis del aviso estaba puesto en los frenos y que el poseedor “se sienta garantido contra cualquier accidente que pueda ocasionar la falta de eficacia de cualquiera de los aparatos que forman parte del manejo”.

Evidentemente, la compra de un automóvil, hace un siglo, no sólo tenía que ver con las restricciones económicas, sino con las limitaciones materiales que iban desde el suministro del combustible hasta la importación de repuestos. Hoy el problema tiene que ver, en cambio, con qué hacer con los siete millones de automóviles que, se espera, existan el 2020.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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