Arturo Prat, el ciudadano

1 de Marzo 2020 Columnas

A través de distintos medios, la opinión pública ha condenado la acción vandálica perpetrada contra el monumento a los héroes de Iquique. Los comentarios generales se remiten al hecho de lo vil que resulta atacar a quienes como Prat estuvieron dispuestos a dar la vida por la patria.

La gesta del 21 de mayo de 1879 ha sido destacada a largo de las décadas por “moros y cristianos”. Los mismos peruanos, en un acto de nobleza, descartaron versiones apócrifas del combate en las que se festinaba con la figura de Prat, para asumir la versión general recogida de los testigos de la Esmeralda, el Huáscar y de quienes presenciaron la lucha desde la costa iquiqueña.

No obstante, en el caso específico de Prat, no es el salto al Huáscar o la decisión de no rendirse la que más me genera admiración, sino la serie de virtudes cívicas que cultivó a lo largo de toda su vida, la preocupación por el próximo, el amor por la patria y la búsqueda por tener un país que fuese más justo, lo mismo que, supuestamente, dicen defender quienes lo atacan.

Un buen ejemplo es la tesis que le permitió alcanzar el título de abogado. Para poder comprenderla y valorarla hay que tener en cuenta el contexto general y personal. Respecto de lo último, hay que recordar que, paralelo a la carrera de oficial de la Armada, además de hacer clases en una escuela para obreros, Prat decidió estudiar leyes. Esto de por sí transformaba a Prat en un tipo extraño para el resto de sus camaradas, lo que pudo haber influido en la marginación del que sería el combate que pasaría a la historia: la destrucción de la escuadra peruana en el Callao. Sin quererlo, el destino, como la escuadra peruana, tomó un rumbo muy diferente.

Sobre el contexto general, la guerra del Pacífico, el ferviente nacionalismo que generó, las victorias y las ganancias obtenidas a través del salitre de las zonas conquistadas, permitió postergar un conflicto social que venía hace varias décadas enquistándose y que tenía relación con un sistema político obsoleto. La Constitución de 1833, cada vez más enmendada, iba, poco a poco, quedando añeja, siendo la presión en contra de esta cada vez mayor.

Frente a este problema y en una muestra de su espíritu democrático es que Arturo Prat decidió como tema de su tesis, para titularse de abogado, el análisis práctico de la reforma de 1874 a la ley electoral de 1861. Aunque la tesis abunda en vacíos que tenía la ley en su aplicación, desliza algunas ideas fundamentales, como por ejemplo, su preocupación del mal que significaría “dejar sin representación a una sección cualquiera del territorio de la República”. Asimismo, señala al final de su trabajo:

“Hemos terminado el examen que a grandes rasgos nos habíamos propuesto hacer de la ley de elecciones vigente. Buena en el fondo, tiene necesidad de serias e importantes reformas en materia de reglamentación para alcanzar el alto objeto a que está destina: ser garantía eficaz de que el resultado de las urnas sea la fiel expresión de la voluntad nacional”.

De esta forma, Prat concluye un trabajo bastante adelantado para la época y que no tendría repercusión hasta 50 años después, cuando se introduce, por ejemplo, la cédula electoral que, aunque no acababa, disminuyó la intervención.

La guerra, como señalábamos, encapsuló, como en una olla a presión, una serie de problemas latentes, pero no por mucho tiempo. Todo esto, las mismas deficiencias que acusaba Prat en su tesis, explotaron de forma dramática en 1891 con miles de muertos, crisis que se repetiría en 1924.

Al final de cuentas, el salto al Huáscar fue el corolario de una vida llena de virtudes militares, cívicas, pero, sobre todo, humanas, siendo la generosidad y preocupación por el próximo la más relevante. La diferencia es que, para desarrollarlas, Prat no marchaba, no destruía, ni agredía a sus compatriotas. Por el contrario, dedicó gran parte del tiempo libre a trabajar por hacer de Chile un país más justo.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

 

Redes Sociales

Instagram