Aprender de los otros…

19 de Noviembre 2018 Columnas

El altruismo intelectual, ese que muchos padres cultivan con la mejor de las intenciones, se constituye de buenas intenciones y, en muchos casos, recurriendo al recurso de las frases hechas, dado que estas se van transformando en materia de sabiduría popular.

Un ejemplo de lo anterior se manifiesta en máximas como: “Aprender de los otros” pues, “el otro siempre aporta algo”. Sin embargo, muchas veces olvidamos esta premisa y nos empinamos sobre zancos prestados, a veces enarbolando discursos ininteligibles; hablando en difícil. Si esto lo llevamos a un plano superior, digamos, a la historia de Occidente, podemos observar cómo la Civilización Occidental ha elevado su autopercepción al nivel de única sociedad creadora y civilizadora.

Hablar en la actualidad de las sociedades musulmanas genera reacciones mediatizadas por el bombardeo de información y centradas, en aspectos ligados, por ejemplo, al terrorismo. Todo por cierto, enmarcado en una confusa mezcla donde se enjuician diversos aspectos de distinta naturaleza. Sin embargo, ¿cuánto sabemos de sus intelectuales?, ¿de su pensamiento, avances y aportes? Quiero ilustrar esto con un pensador: Ibn Jaldún

Nacido en 1332, dedicó su vida a la administración pública, cuestión que fue fundamental en su visión de la historia y del poder. Todo lo anterior, quedó plasmado en sus Prolegómenos (al-Muqqadimah), donde da cuenta que ciertos comportamientos humanos tienden a repetirse. Para poder comprenderlos, estableció un método que le permitió construir una visión, lo más objetiva posible, en relación al conocimiento histórico. Para ello: rechazó las fábulas, leyendas y cifras exageradas; estableció que era mejor confesar la propia ignorancia que dar crédito a tradiciones poco dignas de fe y, finalmente, planteó que el único interés del historiador debe ser buscar las características peculiares de las civilizaciones.

Con todo, para Ibn Jaldún todo proceso histórico representaba un espiral progresivo originado por los impulsos vitales sucesivos que son los que dan marcha al acontecer histórico. Todo esto le hizo pensar que la historia no debía tratarse de mera descripciones, sino que, por el contrario, se erigía como una “ciencia nueva”. Así entonces, en muchos aspectos, como comentará Elías Trabulse, su pensamiento fue precursor, se adelantó por mucho a sus contemporáneos y se le ha comparado, por su idea de la historia con Tucídides; por su “duda metódica” con Descartes; por su “ciencia nueva”, con Vico; por sus teorías políticas, con Maquiavelo y Bodino; por su determinismo geográfico, con Montesquieu; por su idea de progreso, con Condorcet; por su idea de hombre natural, con Rosseau y, finalmente, por su interpretación materialista de la historia, con Marx.

Con todo, su obra no tuvo mayor impacto en occidente y en esto pesó, muchísimo, su origen. Este desconocimiento es el que provoca que las comparaciones se den de este lado y no del otro. Cuánto hubiéramos avanzado; cuánto hubiéramos sido capaz de aprender; cuánto nos hubiéramos beneficiado si siempre hubiésemos querido aprender de los otros…

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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