Algunos logros y desafíos de nuestro sistema universitario

15 de Julio 2021 Columnas

Las universidades chilenas ocupan un lugar destacado en los rankings latinoamericanos. Contribuye a ello, la productividad de su cuerpo académico. La productividad de sus académicos es la más alta de la Región (medida por artículos SCI por cada 100 investigadores). Quintuplica la producción relativa de Argentina, triplica la de Brasil y duplica la de México. Hay muchas razones que explican el buen desempeño relativo de nuestro país en este ámbito. La entrega de una parte no despreciable de recursos públicos a través de concursos ciertamente contribuye. Una creciente colaboración de investigadores de distintas instituciones, redes internacionales cada vez más sofisticadas y contrataciones cada vez más frecuentes a través de concursos públicos es otro factor. Una razonablemente buena gestión universitaria y la selección extendida de estudiantes a través de procesos no discriminatorios son otros factores.

Las universidades chilenas y, en general, el sistema de educación superior han logrado también una alta cobertura, la más alta en América latina y la con menor brecha por nivel socioeconómico (diferencia entre la cobertura del quintil de mayores ingresos y el de menores ingresos). Este hecho ha permitido una ampliación significativa de oportunidades. Por cierto, los sistemas de financiamiento estudiantil son aún imperfectos, pero los avances alcanzados no se pueden despreciar. Al mismo tiempo, las tasas de terminación de los estudios en educación superior alcanzarían un 56 por ciento, la más alta de la región (los datos son muy tentativos en esta dimensión), superando en 12 puntos porcentuales la observada en Brasil y en 25 puntos a la de Argentina. Por cierto, aún por debajo de las tasas de 72 y 82 por ciento que se observan en Países Bajos y Gran Bretaña. Las tasas de empleabilidad de los egresados han sido relativamente satisfactorias. No es raro, entonces, el buen posicionamiento de las universidades chilenas en el contexto latinoamericano.

Con todo, los desafíos son múltiples. A los implícitos antes expresados, hay que sumar otros como el hecho de que en investigación hay una varianza muy alta en la relevancia de publicaciones nacionales en comparación con el promedio mundial. Las áreas que están por sobre el promedio mundial a veces tienen que ver con algunas ventajas del país que han sido bien aprovechadas (por ejemplo, Astronomía), pero hay otras que son fruto de un esfuerzo sistemático de las universidades por desarrollar esas áreas de investigación (matemáticas es un ejemplo). Ello sugiere que hay espacio para elevar la calidad de la investigación en áreas que están muy por debajo del promedio mundial.

Tanto o más importante es revisar la formación de pregrado. Nuestros programas son largos, en parte, porque, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, las universidades chilenas otorgan títulos profesionales. Sin embargo, dicha duración no parece beneficiar a nuestros egresados. Según estudios como “Skills Matters” de la OCDE nuestros profesionales demuestran tener un bajo desarrollo de las habilidades propias del siglo 21, al grado que en esta dimensión sus desempeños son inferiores a los de un obrero alemán o francés que solo terminó su educación secundaria. Por cierto, esto no se debe a una mala formación universitaria, sino a una excesiva especialización en el pregrado que es difícil de encontrar en la experiencia comparada. No es así en la Universidad de Tokio, en la Universidad Nacional de Singapur, en la Universidad de Melbourne, en la Universidad de Columbia o en la Universidad de Ámsterdam. La excesiva profesionalización en los estudios iniciales no permite desarrollar en plenitud las habilidades más requeridas en el mundo de cambios vertiginosos que estamos viviendo.

Para cambiar este paradigma, en la Universidad Adolfo Ibáñez hemos incorporado un programa de artes liberales por el que pasan todos nuestros estudiantes de pregrado en línea con iniciativas similares en las mejores universidades del mundo. Permite a los estudiantes indagar en los grandes asuntos que han inquietado a la humanidad y, además, acercarse a disciplinas distintas a las que han elegido al ingresar a la Universidad. Por cierto, esta formación se complementa con los conocimientos y competencias fundamentales de una profesión. Esta integración nos permite formar jóvenes con un desarrollado pensamiento crítico, con una disposición a reflexionar creativamente frente a nuevos problemas, con una mayor capacidad de trabajar en equipo, con una alta sensibilidad frente a los dilemas éticos que les tocará enfrentar y con elevadas habilidades en comunicación escrita y oral, todos estos recursos indispensables para abrazar un futuro cambiante, pero al mismo tiempo muy interesante.

Publicada en El Mercurio.

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