- Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
- Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
- Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
- Periodista y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
Alegre, pero no tanto
Gonzalo Serrano
Pocas veces uno tiene la suerte de encontrarse con libros extraordinarios. Textos que nos hacen pensar, disfrutar y reír. Me refiero, en específico, al libro “Allegro ma non troppo” de Carlo M. Cipolla, una obra genial. Lo interesante es que Cipolla (1922-2000) fue un renombrado historiador económico, autor de “Entre la historia y la economía. Introducción a la historia económica” e “Historia económica de la población mundial”, por nombrar solo las obras más importantes.
Sin embargo, en este ensayo, Cipolla abandona el rigor y la erudición propios del trabajo del historiador, para dedicarse a utilizar el mismo método y rigurosidad en dos temáticas completamente atípicas. La primera tiene que ver con la relevancia que pudo haber tenido el consumo de plomo en la caída de Roma. El consumo de este metal presentes en las cañerías de la época, habría sido clave, según Cipolla, en la disminución de la población romana, hasta hacerla presa fácil de los bárbaros. En contrapartida, la búsqueda de pimienta, según el autor, una especia afrodisiaca (me enteré por este libro), habría sido fundamental en la apertura de rutas en el mundo medieval.
Sin embargo, la parte extraordinaria del libro es la segunda. Aquí Cipolla elabora un modelo matemático que le permite configurar sus “Leyes fundamentales de la estupidez humana”. El punto de partida y primera ley que plantea el historiador es que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”.
Más adelante, aborda una tercera ley fundamental: “Todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos”.
Siendo su tema central la estupidez, resulta relevante conocer qué define a un estúpido: “Es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas, sin obtener al mismo tiempo un provecho para sí o incluso obteniendo un perjuicio”.
En el caso del inteligente, su acción lo beneficia a él y a un tercero. En la vereda contraria está el malvado, que se beneficia a sí mismo en perjuicio de otro, mientras que el incauto hace tonteras que a nadie dañan.
El problema principal, advierte Cipolla, es que “la distribución de la frecuencia de personas estúpidas es completamente diferente de la distribución de los malvados, de los inteligentes y de los incautos. La gran mayoría de personas estúpidas son fundamentalmente y firmemente estúpidas. En otras palabras, insisten con perseverancia en causar daño o pérdidas a otras personas, sin obtener ninguna ganancia para sí”.
De acuerdo a esta distribución, los estupidos están en todas partes, en el Estado, en los colegios, en las universidades, en los medios de comunicación, en el Congreso, etc. Siendo las elecciones generales, “instrumentos de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción de estúpidos entre los poderosos”.
Ninguna de estas advertencias que hace Cipolla resultan útiles frente al actuar de los estúpidos, pues “no existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo y por qué una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido uno está completamente desarmado”.
Hacia el final de su ensayo, el historiador nos conduce a una realidad perturbadora: “La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora”.
Finalmente, establece Cipolla a modo de hipótesis – siempre medio en broma, medio en serio-, que la decadencia de una sociedad no se debe al aumento del número de estúpidos, por el contrario, lo define como una constante (e). Lo que hace que un país o una sociedad decaigan es un coctel fatal. La combinación entre el aumento de los malvados y de los incautos, sumado a la acción permisiva de los inteligentes frente a los estúpidos. Aplicado al caso de Chile, la tesis de Cipolla resulta inquietante y quizás sea esta la razón que explique el título del libro: “Alegre, pero no tanto”.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.