Ácido Bórico

10 de Septiembre 2018 Columnas

Fuera de todo cálculo, el Frente Amplio alcanzaba en las pasadas elecciones más del 20% de las preferencias para su candidata presidencial, consiguiendo instalar, además, 20 diputados y 1 senador. Con esos resultados, las expectativas que se creaban eran altas. Después de todo, ya no era tan aventurado sostener que el conglomerado tenía el potencial para renovar la izquierda chilena y, de paso, jubilar a la Nueva Mayoría.

Sin embargo, lo que vino no fue fácil. A la siempre conflictiva -y algo caricaturesca- figura de Alberto Mayol, se sumaban rápidamente las pugnas internas entre Revolución Democrática y el Movimiento Autonomista. Además, comenzaban a surgir intentos por “alinear” las voces excesivamente disidentes que ahora tenían un micrófono en el Congreso.

Por todo esto, las recientes declaraciones de Boric y de Mirosevic -quien fuera candidato de Piñera en 2009, de MEO en 2013 y de Beatriz Sánchez en 2017- sobre el doble estándar en materia de Derechos Humanos, parecen dar cuenta de que la diversidad pasó definitivamente de ser el arma secreta del conglomerado a su talón de Aquiles. No obstante, es importante reconocer que basta con gritar “aborto” en La Moneda para darnos cuenta de que la heterogeneidad no es patrimonio de ninguna coalición. ¿Por qué, entonces, al Frente Amplio le molestan tanto las voces discrepantes?

Una reciente entrevista a Carlos Ruiz -académico U. Chile e ideólogo del Movimiento Autonomista- se transforma en oro puro a la hora de explicar el problema frenteamplista. En la conversación, el intelectual reconoce implícitamente una pregunta central: ¿cómo gestar dirección en una entidad compleja manteniendo heterogeneidad y diferencias legítimas?

La pregunta es central porque parece asumir que lo complejo y heterogéneo es saludable e inherente a cualquier formación política. En otras palabras, reconoce que seguirán existiendo pugnas internas y que Mayol seguirá intentando desquiciar aún más lo que ya viene con déficit de quicio –como diría el mismo Ruiz–.

Por eso, la disidencia no sería el problema, sino más bien el hecho de que la orgánica no está preparada para aprovecharla. Y eso no es un asunto de “instalación” como sugeriría el alcalde Sharp, sino más bien un tema político. Político porque desde hace bastante tiempo el Frente Amplio viene tratando de instalar la idea de que sus problemas los resuelven como si fuesen una entidad comunal, con muchas asambleas, escuchando a todos por igual y manteniendo las relaciones. Sin embargo, una coalición política no es una junta de vecinos ni un centro de padres. A diferencia de estas últimas, al pacto electoral se le exigirán resultados en un entorno cambiante que exige constante adaptación. Y ya se hace evidente que no es posible enfrentar ese tipo de desafíos como si siguieran siendo una federación universitaria.

En ese marco, el conglomerado no necesitaría autoridades conciliadoras preocupadas de mantener la cohesión, sino más bien liderazgos articuladores, que enfrenten posiciones y asuman las pérdidas que generen sus decisiones.

En definitiva, puede que con más ácido bórico –como peyorativamente Mayol se refería al accionar del diputado Gabriel– nos enteremos sobre lo que es y lo que no es el Frente Amplio. Hasta ahora hay que reconocer que bastante poco sabemos.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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