¡Abstención no es indolencia!

29 de Octubre 2016 Noticias

Llegó el día de la votación, como se nos dijo, la verdadera encuesta. Y, después de las cuentas alegres de algunos, las explicaciones futbolísticas de otros y las confusiones de la mayoría, donde por unos días todos -autoridades y políticos- compitieron con opinólogos y analistas serios, en sesudos y a veces risibles explicaciones, quedó el color del fondo de la pintura que hicimos ese día: solo un 34% de los electores participaron de los comicios. Con ello, alcanzamos un récord histórico que no nos debe producir orgullo: tuvimos un 65% de abstención, lo que es un hecho histórico que marca los procesos electorales del país. Solo un 34% de los electores participaron de los comicios.

Como nos gusta encabezar estadísticas mundiales, podemos estar seguros de que seguiremos encabezando el ranking que nos pone a la cabeza mundial de los países con mayor abstención electoral bajo sistemas de voto voluntario.

Atrás quedaron las elecciones municipales del año 2012, que dieron cuenta de la mayor abstención electoral desde el retorno de la democracia con un 57%. Ahora, del total de 14.121.316 habilitados del padrón electoral, votaron algo más 4,8 millones, en cuanto pudieron encontrar la mesa que les correspondía y no fueron objeto de la migración electoral que produjo el descalabro de la intervención del Registro Civil, con la deferencia (o indiferencia) del Servel.

Dentro de la lluvia de explicaciones, en las que campean, por desgracia, las imputaciones a la desconfianza en la política, en los políticos y en las instituciones, se suele también señalar a la indolencia del chileno, producto del “sistema individualista” en que nos ha sumido este culto al dinero, patología propia del “neoliberalismo salvaje” en que nos encontramos. Para quienes piensan de este modo, el chileno -en su estado natural y salvaje- es un hombre de pura bondad, el que, sin capacidad de racionalidad alguna, fue abducido por esta atracción fatal al dinero. Como en la realidad las sociedades -y las explicaciones de sus crisis- no son tan simples, ni el hombre tan bueno, ni ingenuo, conviene preguntarse si efectivamente este chileno medio, que tiene rasgos autonómicos y de rápidos logros individuales, con afanes culturales distintos a nuestros padres, y claramente más libre para escoger lo que hace, o exigir lo que quiere, es realmente indolente respecto de lo que ocurre en la sociedad que lo rodea.

Para quienes creen que el voto es el único medio de participar en los asuntos de la sociedad que nos concierne, la respuesta será afirmativa. Es sin duda el mejor para decidir un aspecto de la configuración de uso del poder, que es el elegir a quienes van a desempeñar potestativamente ciertos cargos en el Estado. Pero no es el único medio de participación en los aspectos de la sociedad. Puede estar sucediendo que los chilenos estemos comenzando a privilegiar un modo de participación distinta, donde sus intereses personales (gustos, afecciones, aficiones, pesares, dolores, alegrías, etc.) puedan encontrarse con los de otros y emprender, colectivamente, el impulso solidario y común de su satisfacción, de modo tal que a nuestros costados se estén tejiendo delgadas, pero resistentes redes, que soporten a ciudadanos distintos de los que conocimos anteriormente.

El indolente es el que no se afecta o conmueve; es el que no sufre. Si efectivamente estas redes están siendo elaboradas, con nódulos de intereses que muchas veces se acercan a lo que la política y los políticos deberían ofrecer y en ellas se participa activamente, sin grandes costos de entrada o salida -¿cuántos fueron a la marcha del #NI UNA MENOS (que daba cuenta del hastío de la violencia contra la mujer)?-, lo que existe entonces no es indolencia; al contrario, las cosas nos afectan, nos conmueven, aún sufrimos. Lo que pasa es que hemos dejado de creer, al modo del que pierde la fe. Nos estamos transformando en el converso odioso, que no solo no cree, sino que despotrica contra lo que antes proclamaba.

Sería interesante para quienes hacen política que lograran identificar esa cadena de afecciones que tiene el chileno medio, que lo impulsa a tejer esa red invisible, a través de organizaciones en las que participa en la sociedad civil, donde lo une al otro un interés común y solidario, como único medio que lo amalgama con los otros, en un esfuerzo consistente y de largo aliento. Claro está que la mayoría de las veces, los políticos terminan siempre mirando a quienes marchan, los que al final hacen invisibles a los actores de las verdaderas transformaciones. 

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