El próximo 5 de octubre, el país conmemorará ya tres décadas desde el plebiscito de 1988, aquel momento histórico ciudadano (sí, el movimiento ciudadano existía antes del Frente Amplio) en el que se derrotó a la dictadura –aunque suene cliché- utilizando un lápiz y un papel.
Se trató de uno de los momentos más épicos de la historia política reciente, en el que todos y cada uno de los chilenos tenía un sueño país, lo compartía y era capaz de trabajar colectivamente para lograrlo. Una época en la que –luego de conocerse los resultados- la gente se abrazaba en la calle con otros que eran completos desconocidos y lloraban juntos de alegría, por esos 17 años de oscuridad que llegaban a su fin.
Poco queda hoy de esa magia. De esos discursos que ponían la piel de gallina. De ese Ricardo Lagos que apuntaba con el dedo a Augusto Pinochet en televisión o de esa recién formada Concertación de Partidos por el No, que llamaba a la ciudadanía a atreverse para derrotar a la dictadura. Que planteaba la alegría como una esperanza factible.
Ahora, 30 años después, no solo esa épica pasó al olvido, sino que los enemigos se multiplicaron y, en realidad, ni siquiera está claro a quién se quiere derrotar, porque el foco fue mutando conforme pasaban los años. El objetivo fue cambiando desde alejar a un Pinochet que seguía teniendo un gran poder a la cabeza del Ejército, hasta terminar con la pobreza, la falta de oportunidades. Y, en el gobierno anterior de Sebastián Piñera, salir del subdesarrollo y de la falta de eficiencia. Uno podía estar de acuerdo o no con esas ilusiones, pero había algo en qué creer o algo en lo que estar en contra. Ahora, ni siquiera eso existe.
La inocencia también fue cambiando en estos últimos 30 años. De una ciudadanía a la que le costó confiar en la validez del plebiscito, a una que realmente creyó que se podía derrotar al dictador. Que después cerró los ojos y soñó con un Chile que crecía con igualdad y que, posteriormente, pensó que llegaríamos al desarrollo y cerraríamos la puerta giratoria de la delincuencia. Ahora, ese mismo chileno ha perdido la ingenuidad y se siente estafado. Como lo estudió el PNUD hace un tiempo, se convirtió en un ser tremendamente desconfiado, que no cree prácticamente ni en su sombra.
Entonces, en este escenario, cuando el Presidente Sebastián Piñera –poco después de cumplir sus primeros cien días de gobierno- llama a los parlamentarios de oposición a ponerse las pilas (“pónganse a trabajar en los muchos proyectos que ya hemos enviado”, les dijo), no todos sintieron que esas palabras tenían lógica. Primero, porque no queda claro hacia quién debe ir ese mensaje. En realidad, las primeras críticas respecto de la sequía legislativa provinieron de las propias fuerzas “aliadas” –el senador Francisco Chahuán en la delantera- y no de la ex Nueva Mayoría, que –de hecho- a estas alturas se trata de un “exconglomerado”, que no tiene ni nombre en común y que, en su estado actual, carece de la fuerza colectiva suficiente para enrostrarle la falta de proyectos al Mandatario. Apenas logra colgarse del autogol del parlamentario de RN.
Y si no está claro para quién va ese llamado, mucho menos queda de manifiesto el para qué. Porque en realidad, más allá de la cantidad de proyectos presentados por este gobierno versus el anterior, lo que ha faltado en estos primeros meses es una épica, un sentido, una luz al final del túnel, un entender como sociedad hacia dónde vamos remando y poder decidir entonces si pataleamos todos juntos hacia ese punto o nos bajamos del bote.
Hoy parece que cada uno aboga por sí mismo, visualizando dónde quiere estar en cuatro años más, pero solo, no con una coalición ni mucho menos un país incluido. Tapando hoyos y picando de acuerdo a la coyuntura –hoy puede ser el sexismo en los colegios, la Ley Araucanía, el Sename o el Hospital Sótero del Río, pero mañana será otra cosa- sin apuntar hacia una meta importante, cual no sea posicionarse para la próxima presidencial (o algunos más enfocados, pensando en la elección de intendentes, por ejemplo).
Si en el primer gobierno de Piñera el norte era el desarrollo y la eficiencia, hoy eso no existe. No hay un relato que permita imaginar un futuro como país y exigirle a la oposición que reme también hacia allí.
Ahora, mientras nos preparamos para conmemorar una de las mayores gestas épicas de la política nacional contemporánea, el plebiscito, queda claro que más que sequía legislativa, lo que existe hoy es una sequía de mística, de fe y de visión de futuro.
Publicada en
El Mercurio de Valparaíso.