14 de julio de 1879

14 de Julio 2019 Columnas

El 14 de julio se cumplen doscientos treinta años de la Revolución Francesa. Aunque para uno sea mucho tiempo, en términos históricos, es un acontecimiento que está “a la vuelta de la esquina”.

El 14 de julio de 1789 era una de esas fechas que uno asumía como sabidas por los alumnos, cuando la historia era importante en los colegios. Sin embargo, hoy aparece como un hecho poco conocido y cuya relevancia no logra dimensionarse.

La primera consideración que habría que hacer es que nuestra historia republicana es hija de la revolución francesa en términos ideológicos y que la independencia de Chile es resultado de una concatenación de hechos que se iniciaron precisamente en 1789.

La sublevación contra el antiguo régimen fue el resultado de una nueva forma de pensar, un racionalismo que comenzó a cuestionar el carácter divino del monarca y que exigió que éste se sometiera a la soberanía del pueblo. Quienes iniciaron este alzamiento jamás dimensionaron el curso que ésta iba a tomar y tampoco imaginaron que el rey iba a terminar decapitado. Esta fue una consecuencia indeseada al comienzo y fue producto de las posturas más extremas y de la agudización del conflicto. Por esta misma razón, la época del terror caló hondo en la élite chilena y, a raíz de esto, su influencia directa habría sido tan relevante, como sí lo fue la Independencia de los Estados Unidos.

La consecuencia más importante tuvo que ver con lo que vino después. Napoleón Bonaparte fue un hijo de la revolución, quien rápidamente comprendió que para que ésta tuviera éxito, tenía que expandirse por toda Europa. Aunque la era moderna estuvo marcada por las luchas monárquicas, los reyes, al percatarse de que su autoridad estaba siendo cuestionada, no dudaron en unirse contra esta corriente que parecía no tener freno.

La paradoja se dio cuando Napoleón se dio cuenta de que tenía el control de gran parte de Europa. En la cúspide del poder, olvidó los ideales revolucionarios y no dudó en autoproclamarse emperador de Europa. Solo Inglaterra aparecía como una piedra de tope para sus planes y decidió bloquearla comercialmente. Para que resultara, todos debían sumarse, pero Portugal se negó. Había que cruzar España para castigar su indisciplina. Aquí fue donde Napoleón se reunió con Carlos IV y Fernando VII en la entrevista de Bayona, en una cita que terminó siendo una trampa que permitió ubicar a su hermano, José Bonaparte a cargo de la corona española, el tristemente famoso Pepe Botella. Fue este hecho el que movilizó a América rumbo a su independencia. Por esta razón, Jaime Eyzaguirre decía que esta se había obtenido más por orfandad que por madurez.

Tiempo después, el imperio napoleónico terminaría desmoronándose, en parte, por la resistencia hispana o úlcera española, como la llamó Napoleón. Las monarquías reordenaron el mapa en el Congreso de Viena de 1815 y los soldados de la revolución se desperdigaron por el mundo en busca de lo que mejor sabían hacer: guerrear. Producto de este movimiento, un grupo de oficiales llegó a lugares tan lejanos como Chile.

 Ellos habrían sido fundamentales en la organización y profesionalización del ejército chileno, cuyos frutos inmediatos se cosecharían en la consolidación de la independencia y, mediatos, en la guerra del Pacífico. En la actualidad, sus nombres se conocen solo como referencias de calles y rotondas, olvidando el importante rol que tuvieron en la formación del Estado y del ejército. Nos referimos a personajes como Giuseppe Rondizzoni, Georges Beauchef o Benjamín Viel, por nombrar solo algunos.

De esta forma, un hecho que ocurrió a miles de kilómetros de distancia terminó cambiando para siempre la historia de Francia, Europa y el resto del mundo. El 14 de julio de 1789 es una bonita fecha para recordar lo importante que puede ser la historia en la comprensión de que la democracia no es un hecho que surja por generación espontánea, sino que tiene una serie de antecedentes que deben ser conocidos por todos los ciudadanos.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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