La democracia liberal vive su hora más oscura. Esa es la tesis central del último y aclamado libro de Edward Luce, The Retreat of Western Liberalism (2017). El ascenso de Trump al poder en Estados Unidos es el síntoma más visible, pero el fenómeno es global: ocurre en Moscú, Beijing, Ankara, El Cairo, Caracas y Budapest, por nombrar algunos centros neurálgicos del populismo contemporáneo. En la narrativa de Luce, las elites liberales han ido abandonando la parte democrática de la conjunción democracia-liberal, generando una reacción opuesta que desecha el liberalismo y se queda con la pura exaltación democrática: la democracia iliberal, o populismo.
Este populismo no es necesariamente de izquierda o de derecha, pero tiende a ser de derecha en la medida que las elites progresistas se volcaron a interpretar la voz de colectivos vulnerables, dejando de hablar por la “mayoría silenciosa” –un concepto repetido hasta el cansancio en la retórica populista– que había sido su sostén electoral. Como diría el intelectual estadounidense Mark Lilla, la izquierda anglosajona se enamoró de la política de las identidades: minorías sexuales, géneros en desventaja, inmigrantes discriminados. Esa habría sido la perdición del Partido Demócrata en EE.UU., por ejemplo.
En ese contexto es instructiva la historia que cuenta Luce sobre Didier Eribon, biógrafo de Michel Foucault. Eribon nació en un pueblo francés que votaba mayoritariamente por el partido comunista. La derecha representaba a los ricos y, por ende, constituía el adversario ideológico. Eribon descubrió su homosexualidad en la adolescencia y se mudó al París de los años sesenta, donde frecuentó a los artistas, escritores e intelectuales de la bohemia progresista. Volvió treinta años después a su pueblo natal para el funeral de su padre. Se encontró con una sorpresa política: ya no votaban por la izquierda, sino por el Frente Nacional de la familia Le Pen. El adversario había cambiado: en vez de proletarios contra capitalistas, esta vez eran franceses contra extranjeros. Frente a esa vulnerabilidad, el populismo de derecha respondía mejor. Lo que antaño se llamó la “clase trabajadora” fue reemplazada por los left-behind: aquellos que el progreso dejó atrás. El discurso liberal de izquierda se volvió demasiado sofisticado, arrogante y oikofóbico para ellos.
No hay que soslayar la razón económica, explica Luce. Los premios se han concentrado escandalosamente en las elites mientras las capas medias europeas y norteamericanas han soportado los costos. No es tan difícil darse cuenta –y en eso ayudó Thomas Piketty– de que la meritocracia es un cuento que nos contamos para justificar nuestra posición de privilegio. Pero es un cuento políticamente insostenible. Con su indiferencia y similitud, piensa Luce, las elites económicas provocaron el auge del neopopulismo rabioso: proteccionista y antiglobalización, nativista y anticosmopolita, vulgar y antitecnocrático.
En una de esas, los chinos están en lo correcto con su modelo autocrático. Si la democracia liberal no cumple sus promesas en Occidente, en circunstancias que las clases medias de países no-democráticos prosperan, ¿para qué insistir con las formalidades burguesas del liberalismo? Trump está a un paso de convertirse en un autócrata, piensa Luce. Está destruyendo los fundamentos morales de la democracia liberal. Esta nunca fue sexy en Beijing ni Moscú. Pero por primera vez está perdiendo brillo donde se supone que estaban sus cultores. Eso es lo peligroso. En la historia de la democracia liberal, siempre ha existido una tensión entre la teoría del poder popular y el pensamiento liberal: uno amplía el rango de la agregación democrática y el otro la restringe en nombre de la libertad individual. En el equilibrio estaba la clave que celebró Fukuyama después de la caída del Muro. La novedad de Trump es que está desequilibrando la balanza a favor de la democracia iliberal, que es casi lo mismo que decir populismo y no enteramente distante de un régimen autocrático donde líder se atribuye la interpretación de la voluntad general. Lo peor, cree Luce, es que el remedio populista tampoco sirve para aplacar la rabia de las clases medias olvidadas. Esto irá de mal en peor. Trump es solo el comienzo.
Hacia el final del libro, Luce regala una reflexión pertinente para el debate nacional. La izquierda bienpensante del mundo anglosajón, nos dice, se dejó llevar por la tentación de presentar la última moda del pensamiento progresista como una verdad moral incontrovertible. Es cosa de escuchar a los universitarios millennials que sostienen que la visita de un José Antonio Kast les resulta ofensiva y agraviante, en circunstancias que sus posiciones siguen siendo moneda corriente en la derecha. Existe una delgada línea, dice con agudeza Luce, entre convencer a la gente de los méritos de un caso y sugerir que las personas en desacuerdo son éticamente unos monstruos. Es parte de los errores que está cometiendo parte de nuestra izquierda y en especial el Frente Amplio. Seducidos por la lógica de la política de las identidades, nuestra izquierda millennial también pierde la perspectiva respecto de aquello que Rawls llamaba el hecho del pluralismo. Así, más de alguna vez pretende excluir del debate a quienes no se conforman con su manera de ver el mundo. De esa forma, no hacen más que alimentar la reacción populista de la derecha… bueno, ya tienen a José Antonio Kast en la pole position del 2021.
Publicada en
Revista Capital.