2021: La vacuna contra el coronavirus y la batalla contra la ignorancia

3 de Enero 2021 Columnas

Uno de los aspectos más negativos de internet y las redes sociales es la posibilidad de que cualquier persona, sin importar su edad o nivel de educación, acceda a la información sin tipo de filtro alguno o preparación que le permita distinguir lo falso de lo verdadero. En este mar de noticias, la evidencia ha demostrado que una noticia falsa o fake news se difunde diez veces más rápido que una verdadera, entre otras cosas, porque siempre será más atractiva y comprensible una teoría conspirativa que un artículo científico.

Dentro de este ámbito, las informaciones relacionadas con el coronavirus no han estado al margen y ya en otras oportunidades, hemos mencionados remedios caseros que han circulado contra el COVID, teorías del complot y otra tracalada de sandeces.

A propósito de esto, Juan Manuel Jiménez Muñoz, un médico de familia en Málaga explotó de rabia y escribió una “Carta abierta a los imbéciles”, en la que denunciaba esta situación, con la gracia única de quienes inventaron el castellano:

“Aunando esfuerzos, una mezcla infernal de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, sectas satánicas, neonazis, adoradores de ovnis, hedonistas ácratas, cazadores de masones, fetichistas de los porros, delirantes con el 5G, ecologistas que no han visto jamás una gallina e imbéciles con pedigrí, pululan en todas las redes sociales instaurando una nueva religión que, mucho me temo, está calando más de lo que imaginaba en una población carente de cultura y liderazgo”.

Y, a continuación, agregaba: “Eso no es nuevo. Tarados los hubo siempre. Pero médicos y biólogos liderando imbéciles acientíficos y abjurando de la ciencia para adquirir una fama pasajera, eso nunca lo viví. Y nunca pensé que mis ojos lo verían. Y nunca creí que los Colegios de Médicos, o de Biólogos, giraran la cabeza hacia otra parte y no alzaran su voz contra el medievalismo”.

A diferencia de lo que ocurrió en España con un pequeño grupo de médicos, aquí la buena noticia es que la comunidad científica se ha cuadrado de forma transversal con la vacuna. Por esta razón, el solo hecho de imaginar que ahora que, por fin, tenemos una cura, existan personas que no están dispuestas a vacunarse, no puede sino causar indignación.

Y es que, luego de haber vivido prácticamente un año recluidos, con miles de muertos en Chile y el mundo, con familias quebradas y una economía en cuidados intensivos, la vacuna aparece como la única forma de retomar un poco de normalidad el 2021, no solo por los efectos reales que pueda tener en el combate contra el coronavirus, sino por el impacto psicológico positivo que esto pueda generar.

Se entiende que este rechazo a una vacuna haya ocurrido hace dos siglos, por ejemplo, con la viruela en nuestro país, pero no ahora. La historiadora Paula Caffarena ha retratado este proceso en su libro “Viruela y Vacuna”. Ahí aparecen los estragos causados por esta enfermedad en Chile, así como también las dificultades que tuvieron las autoridades para hacer entender a la mayoría de la población pobre e ignorante, de los beneficios que tenía este antídoto.

Junto a quienes le temían, también estaban los necios, aquellos que no solo no querían vacunarse, sino que, como hoy, decían que ésta era perjudicial. Al respecto decía El Araucano, a inicios de 1835: “Más esta idea, hija del absurdo sistema de los humoristas que representan el cuerpo humano como una cloaca de humores maléficos esta en contradicción con la sana fisiología”.

Resulta muy interesante observar que, pese a las precariedades económicas, el Estado destinó una buena cantidad de recursos para la Junta de Vacunas, siendo lo más caro, el transporte y conservación del fluido vacuno y pago a los vacunadores, en particular, a aquellos que tenían que dirigirse a zonas alejadas de la capital.

Se trataba, por ese entonces, de una práctica bastante más compleja que la del transporte de una vacuna que viene lista desde el primer mundo. Relata Caffarena que el procedimiento tenía tres etapas: “La primera de ellas consistía en extraer el pus, ya fuese del brazo de un vacunado, de vidrios o costras. La segunda etapa, correspondía a la aplicación del pus en el brazo de una persona, mientras que la tercera era el seguimiento del vacunado con el fin de detectar si la vacuna había tenido éxito o si bien se trataba de la falsa vacuna”.

No es muy difícil imaginar, en ese contexto, lo doloroso del proceso y el miedo que debe haber provocado en la población vacunarse. Por esta razón, era fundamental contar con el apoyo de otras instituciones como la Iglesia. A través de sus sacerdotes y sus prédicas, ellos eran la voz de la conciencia y los llamados a motivar a la población a hacer caso y vacunarse.

En términos concretos, se trató de uno de los primeros desafíos de la nueva República, a nivel de Estado, para erradicar la viruela. A pesar de estos esfuerzos, la enfermedad siguió causando estragos, por ejemplo, durante la guerra de Pacífico. De poco servían algunos de los avisos que se publicaban en este diario motivando a la población: “No olvide el pueblo que la vacuna es el único remedio eficaz contra tan terrible flajelo”.

No fue hasta fines del sigo XIX cuando, luego de una batalla ideológica, se determinó la vacunación obligatoria. A pesar de eso, todavía quedaba un largo camino que concluyó recién en 1959 cuando se declaró la erradicación total de la viruela en Chile.

Finalmente, no está de más recordar que la historia de la humanidad ha tenido múltiples pandemias. De la mayoría de ellas se logró salir sin vacunas ni antibióticos, a través de causas naturales. Se trató de procesos lentos y dolorosos en los que falleció mucha gente. En consecuencia, hay que tener claro que con o sin vacunas, tarde o temprano, igual superaremos el coronavirus, la pregunta es cuánto tiempo y a qué costo. Ahora, si tenemos la oportunidad de prevenirlo, hay que aprovechar esa ventaja que nos otorgó la ciencia y empezar a hacer uso de la vacuna para olvidar pronto este 2020.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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