En el clima antipartidos actual, el solo hecho de no caer ya es un mérito, pero no es lo mismo reemplazar a la vieja centroizquierda que crecer hacia los desencantados.
Aunque se ha vivido poco ambiente electoral, un punto que podría jugar a favor de la participación es que combina elecciones muy diferentes entre sí que atraen a públicos algo distintos.
La profundidad sociológica del proceso recién iniciado está aún por verse, y la participación será un factor clave a mirar en las elecciones constituyentes de abril.
La fuerza se ocupa porque pareciera que nos acostumbramos a que el diálogo pacífico y el petitorio escrito no llevan a ninguna parte, pues pueden ser, y con frecuencia son, convenientemente ignorados por los poderosos. La fuerza, el dejar la cagá, parece ser la manera aprendida de obligar a éstos a escuchar.
Realizar una primaria presidencial en esas condiciones sería no la prueba de la madurez de una futura coalición de gobierno, sino una pantomima de un acuerdo político real que difícilmente engañaría al electorado respecto a su fragilidad.
Lo hizo recurriendo a otra vieja táctica: trayendo parlamentarios en ejercicio a La Moneda. Como nunca, sin embargo, varios de éstos llegaron a copar el comité político, entrando así directo al corazón del gobierno. Es una inyección de política partidista a la vena.
Es probable que el cambio constitucional –fundamental para dibujar la nueva arquitectura institucional del país- no sea suficiente para revertir nuestro déficit de igualdad relacional y asegurar así las bases sociales del autorrespeto para todos y todas.
Sin un profundo cambio de rumbo y de actitud, el gobierno continuará poniendo al país en un camino de confrontación y extrema peligrosidad para la convivencia.